En el tejido de nuestra parashá, la palabra “nasó significa “tomar”, como vemos en la frase inicial: “Y Hashem habló a Moshé, diciendo: ‘Toma también una suma [censo] de los hijos de Guershón según las casas de sus padres, por sus familias…'” (Bemidbar 4:21-22).

A partir de allí, se les asigna diversas tareas, sobre todo la de proporcionar música para algunas de las ofrendas comunales y preparar las partes del Mishcán [משכן] que serían transportadas por los cohanim cuando el pueblo viaje.

Parashat Nasó concluye con el pasuk: “Esta fue la dedicación del Altar, después de ser ungido.  Y cuando Moshé entró en la Tienda del Encuentro para hablar con Hashem, entonces [Moshé] oyó la voz que le hablaba desde encima del propiciatorio que estaba sobre el arca del testimonio, de entre los dos querubines, y Él le habló] Bemidbar 7:88-79.[

El Talmud interpreta este pasuk en el sentido de que “Moshé oyó [a hablar Hashem], pero el pueblo judío no oyó”.

Masejet Yoma 4b nos enseña que: “El Maestro dijo en la beraita citada anteriormente que cuando la Torá dice: “Y llamó a Moshé”, significa que Moshé y todo el pueblo judío estaban escuchando de pie. La guemará sugiere que esto apoya la opinión de Rabí Elazar, ya que Rabí Elazar dijo que cuando la Torá indica: “Y Él llamó a Moshé”, significa que Moshé y todo el pueblo judío estaban de pie y escuchando y el versículo viene sólo para otorgar deferencia a Moshé. De la afirmación de Rabí Elazar se desprende claramente que todo Israel oyó la voz de Dios. La guemará plantea una objeción: La Torá afirma: “Y cuando Moshé entró en la Tienda del Encuentro para que Él hablara con él, oyó la voz que le hablaba desde encima de la cubierta del Arca que estaba sobre el Arca del Testimonio, desde entre los dos querubines; y Él le habló” (Bemidbar 7:89). La Torá podría haber dicho: Oyó la voz que le hablaba; sin embargo, en su lugar el versículo dice: Oyó la voz que le hablaba, indicando que la voz le llegó sólo a él. Sólo Moshé oyó la voz de Dios y no todo el pueblo judío. La guemará responde: Esto no es difícil. Este caso, donde todos oyeron la voz de Dios, fue en el Sinaí. Ese caso, en el que sólo Moshé oyó la voz de Dios, fue en la Tienda del Encuentro. O si lo desea, diga en su lugar una resolución alternativa. Esto no es difícil; cuando Dios se dirigió a Moshé llamándole, todos oyeron; lo que Dios comunicó posteriormente hablando, solo Moshé oyó.

Asimismo, aprendemos de los profetas [נביאים] que cuando Hashem llamó a Shmuel, sólo Shmuel oyó la voz de Hashem, aunque Eli también estaba presente (I Shmuel 3:4).

Rashí comentó que “la voz de Hashem surgió del Santuario, del Lugar Santísimo.  Elí era un sacerdote que montaba guardia dentro [del Santuario], mientras que Shmuel era un levita que estaba afuera.  La voz de Hashem pasó por alto a Elí y se dirigió a Shmuel”.  En ese momento, Elí era el Juez de todo Israel; Shmuel era un simple niño.

De esto podemos aprender que, debido a que la minoría a veces oye o ve lo que la mayoría no ve; es decir, debido a que a veces la verdad reside en la minoría, aquel que oye o ve lo que la mayoría no ve, no debe permitirse ser silenciado por la mayoría.  Esto es cierto incluso cuando la mayoría está compuesta por grandes individuos, como fue el caso de Eli y Shmuel.

La “democracia”, es decir, el concepto del gobierno de la mayoría, se basa en la premisa de que la voluntad de la mayoría debe prevalecer.  Sin embargo, no hay ninguna razón necesaria para sugerir que la opinión de la mayoría sobre un tema concreto represente la verdad.

Como explicó Rabí Yehudá: “La opinión minoritaria se registra [en la Mishná] junto con la opinión mayoritaria para que esté disponible para convertirse en la ley aplicable siempre que las circunstancias sean apropiadas.”

En la Mishná Eduyot 1:5, aprendemos de la pregunta: “¿Y por qué registran la opinión de una sola persona entre muchas, cuando la halajá debe estar de acuerdo con la opinión de muchas? Para que si un tribunal prefiere la opinión de una sola persona pueda depender de ella. Porque ningún tribunal puede anular la decisión de otro tribunal a menos que sea mayor que él en sabiduría y en número. Si fuera mayor que él en sabiduría, pero no en número, en número, pero no en sabiduría, no podrá anular su decisión, a menos que sea mayor que él en sabiduría y en número.”

El Talmud, en lo que podría describirse como su “cláusula de libertad de expresión”, habla del “anciano rebelde”, que no estaba de acuerdo con una decisión del Sanedrín. Según el Talmud, al anciano rebelde se le permitía seguir afirmando la corrección de su opinión minoritaria y se le permitía “enseñar [su opinión minoritaria] del mismo modo que [había] enseñado anteriormente”, siempre que no afirmara que su opinión minoritaria constituía la Halajá.  (Mishná Sanedrín 11:2; Masejet Sanedrín 86b).

Estos meses de guerra han cambiado la concepción de la realidad en muchas personas, en la mayoría de los casos para bien,   otros lamentablemente se confunden. Y ello es muy comprensible.

Mayorías silenciosas se mezclan con las bulliciosas, órganos de comunicación prefieren servir los intereses políticos antes que a la verdad.

Personas juiciosas se vuelven agresivas y muchos belicosos entran en razón.  Seres racionales se han vuelto en supersticiosos y fanáticos han entrado en razón.

El grito de “ajshav” ahora, ya mismo, inmediatamente, en este momento, une a todos por la desesperación que nos ha envuelto.

Es una orden impostergable para liberar a todos los rehenes vivos y a los cadáveres que necesitan sepultura en su tierra.

En cuanto a otros temas, el judaísmo nos enseña a tener cuidado con la falacia de pensar que las visiones del futuro están al alcance de la mano, a la vuelta de la esquina. Esta es la gran falsedad utópica. Se trata de un proceso de autosugestión y autohipnosis. Ilusión que convierte los sueños quiméricos en supuestas realidades, sólo para decepcionarnos y frustrarnos y sembrar la semilla del desastre.

Los judíos que han llegado al utopismo a través de un mesianismo secularizado parecen particularmente vulnerables a esta falacia, a esta ilusión. Además, muchos de nuestros compañeros judíos combinan esta falacia utópica con otro elemento: una disposición altamente idealista a ofrecer grandes sacrificios en nombre de las visiones que están a punto de realizarse y especialmente están dispuestos a sacrificar por la “paz universal” elementos tales como los judíos, el judaísmo y el Estado de Israel.  

Nuestra época parece ser de una idealización excesiva y de una realización insuficiente de los necesario para subsistir.

Muchos entre quienes tienen afiliación judía solo elemental y buscan alguna identidad, cuando se trata de Israel, expresan su ansiedad por presentar la paloma de la concordia, sostener la rama de olivo, la no violencia, el pacifismo, la tregua. Cuando se trata de Israel, expresan su pacifismo utilizando esa condescendiente primera persona del plural: “nosotros” deberíamos ser “magnánimos” con el enemigo, también en el caso en el que nuestra propia existencia se encuentra en peligro.

Por el otro lado, resulta muy difícil ver las reacciones del enojo, de la frustración, y de la sed de venganza cuando ante las imágenes de los cadáveres de pequeños niños entre los enemigos provocan expresiones de júbilo y alegría o cuando en un accidente aéreo muere un líder entre los peores asesinos. Cuando en la actual situación tanto en el frente externo como en el frente interno,  que está pasando por uno de los peores momentos de la historia del moderno Estado de Israel, resulta inaudito escuchar a quienes desean hacer que los sueños mesiánicos se cumplan en estos momentos, tratando de convertir esta guerra de defensa y de subsistencia en actos de conquista.  Pero, resulta mucho peor el festejo por la caída del otro.  

Durante demasiado tiempo hemos predicado el utopismo, nos hemos suscrito a esta falacia, hemos permitido la confusión de paz y pacifismo y de bondad y altruismo.

Tal vez esta distinción y esta conciencia — que la plenitud de la paz y la alegría y la abundancia está reservada para el “fin de los días”, y no está disponible en la actualidad no debería servir para deprimirnos, sino para animarnos. Cuando reducimos nuestras expectativas exageradas, nos volvemos más realistas y nos frustramos menos y, además, logramos una mayor paz en el mundo. Y podemos percibir que depende de nosotros. Depende de la buena convivencia entre nosotros y de la aceptación -sin ninguna necesidad de compartirla- de la opinión del otro.

Todas las opiniones son legítimas, siempre y cuando sus portadores no las deseen convertir en “halajá” ley que deba, por la fuerza, ser aplicada al otro.

La ley del Estado debe ser aplicada por el Estado y no por grupúsculos agresivos que creen que alguien les dio el mandato de hacer justicia según ellos mismos la dictaminen.

A veces, Moshé oía y el pueblo no. Otras todos escuchaban. Otras más el pueblo atendía, se enteraba y sentía y el líder estaba alejado.

Esta parashá incluye las bendiciones sacerdotales.

Todas las bendiciones requieren la paz como contexto en el que pueden ser efectivas y significativas.

En una discusión traída por el Sifré, aparecen dos definiciones alternativas. R. Janina segan hacohanim dice: paz en tu hogar. R. Natán enseña: paz del Reino de la Casa de David.  R. Janina define la paz como tranquilidad doméstica, mientras que R. Natán le da una definición político-nacional, la paz del reino. 

La mayoría de nosotros hemos sido educados en una visión noble: paz para todo el mundo y ya mismo, en nuestros tiempos.

Es uno de los temas más bellos e inspiradores que han cautivado la imaginación de la humanidad. Es una versión secularizada de las grandes visiones de los profetas de la humanidad de Isaías, Amós y Miqueas.

La paz debe construirse de abajo arriba, no de arriba abajo.

 Pero, primero debemos esforzaros por conseguir la paz en vuestro propio hogar, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermano y hermana. Después podremos esforzaros por los aspectos más amplios de la paz -política, social, internacional- que tendrán su plena realización al final de los días, los días del Mesías.

Por lo tanto, necesitamos visiones -grandes visiones, visiones sagradas, visiones universales- e incluso si no se pueden realizar a la vez, todavía nos dicen en qué dirección y ejercen una “atracción” sobre nosotros.

Pero no sólo necesitamos visiones, sino también bendiciones. Y la mayor de todas las bendiciones, la que llama a todos y cada uno de nosotros a hacer su propia contribución de paz en el corazón y en el hogar, en la familia y en la comunidad también aparece en la lectura de este Shabat: ‘Hashem te bendiga y te guarde. Hashem haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia. Que Hashem levante hacia ti su rostro, y ponga en ti paz’. Shabat shalom.

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