Los israelitas volvieron a llorar

Los cambios que provocó el Éxodo mermaron la capacidad de nuestros antepasados de aceptar la nueva realidad. Eran esclavos recién redimidos y propicios a la frustración y a la falta de disfrute de cualquier actividad en el desierto, incluso del consumo del maná. Nada podía colmar su miedo. Su futuro era para ellos más que incierto. Flaqueaba su fe con la menor incertidumbre. Carecían de capacidad para afrontar situaciones diversas, desde las más leves hasta las complejas. La ininteligible personalidad de Moshé, nos enfrenta con la dificultad de percibirlo poco menos que angélicamente. Nos resulta casi imposible verle cuando parece percibirse como “un estorbo o una carga para los demás”. Casi no lo podemos imaginar disfrutando de la vida, excepto en el servicio al otro, ése parece que fuera su único placer. Tampoco en el ámbito familiar, que las Escrituras hacen trascender bastante difíciles. Pero, la única explicación que se nos ocurre lo suficientemente asequible por nuestras limitaciones es comprender que en nuestra parashá las quejas del pueblo de Israel en Qivrot Hataavá, “Al populacho que iba con ellos le vino un apetito voraz. Y también los israelitas volvieron a llorar, y dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratuitamente en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!»…, son producto de su frustración, hasta comprensible por lo profundo de su humanidad. Pero, la respuesta de Moshé nos sorprende mucho más que las quejas de los siervos que aún no habían logrado cortar sus cadenas pese al Éxodo. Moshé «oró al Eterno: —Si yo soy tu siervo, ¿por qué me perjudicas? ¿Por qué me niegas tu favor y me obligas a cargar con todo este pueblo? ¿Acaso yo lo concebí, o lo di a luz, para que me exijas que lo lleve en mi regazo, como si fuera su nodriza, y lo lleve hasta la tierra que les prometiste a sus antepasados? Todo este pueblo viene llorando a pedirme carne. ¿De dónde voy a sacarla? Yo solo no puedo con todo este pueblo. ¡Es una carga demasiado pesada para mí! Si éste es el trato que vas a darme, ¡me harás un favor si me quitas la vida! ¡Así me veré libre de mi desgracia!» (Ver Bemidbar 11: 11-15). Otros líderes del período bíblico también pidieron morir. Cuando la reina Jezabel emite una orden de arresto contra Eliahu, después de su exitosa confrontación con los profetas de Baal en el monte Carmelo, Eliahu «se asustó y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Ber Sheva de Judá, dejó allí a su cria- do y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, Señor! —protestó—. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados». Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido». (1 Melajim 19, 3-4). También el profeta Ioná, oró al Eterno de esta manera: «—¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarshish, pues bien sabía que tú eres un .A. bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo! Y también el profeta Irmiahu, después que el pueblo no hizo caso a su mensaje y lo humilla públicamente expresa: «¿Por qué .A. no me dejó morir en el seno de mi madre? Así ella habría sido mi tumba, y yo jamás habría salido de su vientre. ¿Por qué tuve que salir del vientre sólo para ver problemas y aflicción, y para terminar mis días en vergüenza?» (Jeremías 20: 7-18). Los cuatro gigantescos líderes, cansados en sus funciones, actuaron humanamente, porque pese a su grandeza, sintieron que las encomiendas que .A. les había dado les superaban. Si ellos, ciclópeos de la historia, sufrieron tanto en el servicio al otro, imaginémonos lo que sienten los conductores de nuestro pueblo en nuestros días, carentes de su grandeza y de su inspiración. Casualmente el grito de frustración de Moshé, es un símbolo de su grandeza, que ojalá podamos emular cada uno en nuestra función. A quien nosotros percibimos casi como sobrehumano le surgen desde la profundidad de su sentimiento cualidades muy importantes: la fidelidad y la sensibilidad. Era nada más y nada menos que un ser humano. Podemos buscar emularlo.
Yerahmiel

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