Maldiciones y Bendiciones 

“¡Cuán hermosas son tus tiendas, Yaakov!, ¡Qué bello es tu campamento, Israel! Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como áloes plantados por el Señor, como cedros junto a las aguas”. (24:5-6) Nuestros sabios llamaron a esta parashá también con el nombre de Bilam. Así aprendimos en Baba Batra 14b: “Moshé escribió su libro y la parashá de Bilam”. En el Talmud de Jerusalén, aparece con el nombre de Balac y Bilam. Dos personajes unidos por una causa, el odio a los hijos de Israel, gracias al cual consiguieron lograr un fragmento completo de la Torá que otros más justos no tuvieron. En esta parashá aparecen las frases más insignes pronunciadas acerca del pueblo de Israel desde su salida de la esclavitud. Incluso estos versículos no muy fáciles de comprender que se refieren al glorioso futuro del pueblo de Israel: « Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca. Una estrella saldrá de Yaakov; un rey surgirá en Israel. Aplastará las sienes de Moab y el cráneo de todos los hijos de Set» (24:17-18).

Esta parashá es tan importante que provocó una discusión entre nuestros sabios si debía o no ser incluida, toda o parcialmente, en la lectura cotidiana del Shemá, que finalmente no se autorizó. En la profecía de Bilam (23:22), hay referencia al Éxodo de Egipto y al reinado Divino y ella hubiera podido reemplazar la parashá de los tzitzit cuyo objetivo es similar, opinaron algunos. Según otros, su inclusión en la lectura diaria hubiera contestado a quienes mofándose querían afirmar que fue Bilam quien la incluyó en la Torá y no Moshé. Pero, prefiero pensar que independientemente de las razones de la exclusión, sean técnicas o estructurales, las palabras de Bilam ocupan un lugar fundamental en nuestra memoria histórica. Sus intenciones se vieron frustradas, porque confió que iba a encontrar al pueblo debilitado y en esa instancia hubiera podido maldecir y dañar.

Pero, estas profecías, tan importantes, no fueron proferidas por Moshé ni por ninguno de los profetas descendientes de Abraham sino por quien, nacido fuera del pueblo de Israel, alcanzó a ver lo que muchos miembros del mismo no verían jamás. Lo que percibió Bilam, no lo vieron los miembros de la generación del desierto. Su “Ma Tovu” es usado por nosotros en el comienzo de nuestras plegarias cotidianas al extremo que al pronunciarlas nos olvidamos de su autor. De Bilam aprendemos que la profecía no fue conferida con exclusividad al pueblo de Israel, que la revelación proviene de fuente divina y que no se trata de adivinación ni de predestinación. Hay en las profecías que hoy ya no tenemos, un factor subyacente y es que la libre determinación de los individuos acerca de quienes se realiza la profecía, influye en el tiempo y en el modo de su cumplimiento.

“No hubo en Israel, profeta como Moshé – pero sí entre las naciones y fue Bilam” nos dice el Midrash quizás basándose en Rosh Hashaná 21b. ¿Cuál es la diferencia entre las profecías de Moshé y las de Bilam? – Bilam “dice el que oyó los dichos de .A., el que vio la visión del Omnipotente; caído, pero abiertos los ojos” (24:4) Habla con el Señor pero cae. Moshé habla con el Señor y permanece de pie. Habla “panim el panim”. Cara a cara. Bilam se desploma. Sin embargo, no se puede reducir en nada la importancia de ese enemigo de Israel que muy dentro de sí buscó encontrar en la Revelación maneras de colaborar con los designios de Balac de borrar a las hijos de Israel de la faz de la Tierra, aún antes que se conviertan en nación. Bilam fue también poeta, y sus palabras tienen especial sentido estético. Las palabras bien usadas se graban mejor en la memoria y antes que en ella, en los corazones. Es él quien usa el término am – pueblo para referirse al grupo de esclavos redimidos.

“Mas no quiso .A. tu Señor oír a Bilam; y .A. tu Señor te convirtió la maldición en bendición, porque .A. tu Señor te amaba” (Devarim 23:5), nos recuerda Moshé. Quien decide no es el profeta, nos recuerda el visionario por antonomasia. Yehoshúa (24:10) también recuerda a Bilam en su último discurso: “Después se levantó Balac hijo de Tzipor, rey de los moabitas, y peleó contra Israel; y envió a llamar a Bilam hijo de Peor, para que os maldijese. Mas no quiso escuchar .A., tu Señor, a Bilam, por lo cual los bendijo repetidamente, y los libró de sus manos”, dejando en claro en quien se encuentra el poder de bendecir. El profeta Mijá (6:5), no queda indiferente, al decir casi imperativamente “Pueblo mío, acuérdate por favor qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Bilam hijo de Peor, desde Shitín hasta Guilgal, para que conozcas las justicias de .A.”, dando lugar a que algunos sabios vean en sus palabras la orden de recordarlo diariamente, acaso en el Shemá. Y Nejemiá (13:2) dice: “Aquel día se leyó en el libro de Moshé, oyéndolo el pueblo, y fue hallado escrito en él que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de .A., por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Bilam para que los maldijera, mas nuestro Señor volvió la maldición en bendición”.

Tan fuerte fue el impacto de estos versículos que son traídos una y otra vez en la Torá, en los Profetas y en los Quetuvim, pese a ello, al igual que los Diez Mandamientos, quedan fuera de la lectura del Shemá, inclusión que también fuera discutida en su momento. Dios no autorizó la maldición porque el pueblo estaba bendecido. El pueblo estaba bendecido porque pese a sus errores, continuó guardando aquellos principios que permitieron que, aún contra su voluntad, Bilam deba reconocer que las tiendas de Israel son bellas. Había en ellas pureza. Gozaban de la paz y de la convivencia. De ellas emanaba santidad.

El pueblo de Israel “se agacha como un león, se tiende como una leona: ¿quién lo levantará?” (24:9), cuando .A. lo protege puede estar tranquilo, nadie lo molestará. Se acuesta y se levanta profiriendo las palabras de la fe, el Oye Israel. Cuando los profetas ajenos ven nuestros defectos y nuestras virtudes, debemos creerles más que a los propios, que tantas veces se auto engañan e intentan engañar a sus oyentes, llenándonos de elogios o de acerbas críticas, ni las primeras reales ni las segundas tan amenazadoras como para darles tanto furor.

De las bendiciones y elogios del enemigo, entenderemos que esos eran los puntos que él hubiera deseado socavar pero no pudo porque eran demasiado fuertes, dicen nuestros sabios hace muchas generaciones usando psicologismos puestos de moda muchos siglos después. Bilam, dicen, no toleraba las tiendas de Israel, y a ellas elogia cuando por dentro pide por su impurificación.

No habrá maldición que nos alcance si nuestras generaciones continúan reforzando la santidad de los hogares, la pureza de sus templos. Aprendamos a contemplarnos sin esperar que el “otro” nos descubra, reforcemos lo bueno, corrijamos los errores, y las maldiciones se convertirán en bendiciones y no habrá quien nos pueda seguir dañando. Aun cuando los profetas nos abandonaron y debemos valernos por nosotros mismos para llegar a la Revelación.

Vivir felices y bendecidos

La Torá en Parashat Balac habla de los intentos realizados por Bilam, un vidente gentil, de poner una maldición sobre Benei Israel por orden del rey moabita. Dios impidió que Bilam pusiera una maldición y obligó a Bilam a bendecir a Benei Israel, en su lugar.

La guemará en Masejet Berajot (7a) discute este episodio, y en un pasaje, explica cómo sucedió que Bilam falló en su búsqueda de maldecir a nuestros antepasados. El poder de Bilam, según los comentarios de la guemará, surgió de su habilidad para determinar el momento preciso en que Dios se enoja cada día. La guemará cita el verso en Tehilim (7: 2), “Ve-Kel zo’eim be-jol yom” – “Levántate, sí, oh .A., en tu cólera; álzate ante los estallidos de furor de los que me muestran hostilidad, y de veras despierta para mí, [puesto que] has dado orden para el juicio mismo”, de lo que entiende que “Dios se enfurece cada día”, y explica que esto significa que hay un momento todos los días cuando Dios está enfadado. Bilam tenía el poder profético para determinar este momento, y así pudo hacer una maldición al declarar su “hechizo” en este momento preciso. Su intento de maldecir a Benei Israel no tuvo éxito, comenta la guemará, porque a lo largo de este período, Dios hizo una excepción a su rutina ordinaria, por así decirlo, y no se enojó.

En medio de esta discusión, la guemará toma nota del hecho de que este momento diario de “zaam” (“rabia, furia, arrebatamiento, arrebato”) es infinitamente pequeño. Una opinión dice que dura solo 1 / 58,888 de una hora, mientras que según otra, dura únicamente el tiempo necesario para decir la palabra “rega” (“momento”). Al igual que muchos pasajes Agádicos en el Talmud, debemos asumir que hay una capa más profunda de significado subyacente en el texto, y que nuestros Sabios aquí buscaron transmitirnos, como en tantos otros comentarios, lecciones importantes mediante el uso de la metáfora y la alegoría.

Se ha sugerido que la discusión de la guemará pretende enseñarnos que la esencia de una “maldición” es un enfoque excesivo en los momentos diarios de “rabia” que nosotros experimentamos cada día. El concepto de “VeKel zoem bejol yom”, que Dios se enoja cada día, es que todos y cada uno de nosotros experimentamos algún tipo de infortunio, ya sea significativo o trivial, todos y cada uno de los días de nuestras vidas. Ningún día es perfecto, y cada día trae consigo algún desafío, alguna forma de decepción, frustración, angustia o zozobra. Bilam, que personificó la calidad de “ayin raa” (ver a las personas y al mundo con un “ojo malvado”, con negatividad (Avot 5:19)) dominó el arte de centrarse en este momento de nuestra angustia. Una persona está “maldita” cuando su vida se define por los momentos diarios de “zaam”, de fracaso y decepción. Cuando abultamos los contratiempos que experimentamos y nuestras ambiciones frustradas, vivimos vidas “malditas”, vidas de infinita desdicha y desesperación.

Lo opuesto a esta mentalidad “maldita” es la capacidad de reconocer la duración infinitamente pequeña de nuestros momentos de “zaam”. Si vemos nuestras vidas con un “ayin tová – con optimismo” en lugar de un “ayin raa- de pesimismo y desesperanza”, seremos capaces de poner nuestras frustraciones y decepciones en una perspectiva adecuada, y reconocer cuán insignificantemente pequeñas son en relación con las bendiciones en nuestras vidas. La Guemará nos enseña que tenemos el poder de reducir el “zaam” de cada día a una proporción minúscula de nuestra experiencia diaria. Tenemos la opción de permitirle que defina toda nuestra vida, o reconocerla como solo una pequeña porción de una vida feliz, exitosa y satisfactoria. Si bien no podemos negar la realidad de “VeKel zoem bejol yom”, que cada día trae su cuota de desafíos y decepciones, debemos asegurarnos de no seguir el ejemplo de Bilam de centrarse en estos elementos de nuestras vidas, y debemos en lugar de eso, vivir con un “ayin tova” y tratar de poner nuestro “zaam” en la perspectiva adecuada, para que podamos vivir vidas verdaderamente felices y bendecidas.

Yerahmiel

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Etiquetas: BalacBilam

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