No elegimos nacer. No elegimos a nuestros padres. No elegimos el momento y el lugar de nuestro nacimiento. Sin embargo, cada una de estas acciones afecta a lo que somos y a lo que estamos llamados a hacer. Somos parte de una historia que comenzó mucho antes de que naciéramos y continuará mucho después que ya no estemos aquí. Por ello, Moshé nos dice en la lectura semanal: “Hoy están todos ustedes en presencia de Hashem su Dios: sus jefes, … todos los hombres de Israel,  sus pequeños, sus mujeres, y el forastero que está dentro de tus campamentos, … para que entres en el pacto con el Hashem tu Dios, y en su juramento que Hashem tu Dios hace hoy contigo,  a fin de establecerte hoy como su pueblo y que Él sea tu Dios, tal como te lo ha dicho y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Y no hago sólo con ustedes este pacto y este juramento, sino también con los que están hoy aquí con nosotros en la presencia del Hashem nuestro Dios, y con los que no están hoy aquí con nosotros”.

Hemos recibido el pacto sin que nos pregunten si deseamos refrendarlo. Llevamos nuestra historia sin haberla elegido. Pero, podemos abandonarlo todo cuando lo decidamos asumiendo las consecuencias de esa acción. Muchos en la historia lo hicieron ya, pero, los fieles resistieron las peores presiones y no renegaron de sus padres ni de sus normas. Muchos de quienes abandonaron el judaísmo, no alcanzaron a imaginar siquiera que sus nietos o los nietos de sus nietos regresarán.

Pero, al leer que “hoy están todos ustedes en presencia de .A. su Dios”, no podemos evitar asociarlo con el midrash Ester Rabá que nos relata este diálogo: “El emperador Adriano le dijo a rabí Yehoshúa ben Jananiá, -qué colosal es la oveja que resiste el ataque de setenta lobos-, a lo que contestó el rabino, -quien es magnánimo es el pastor que las salva, las cuida y las aplaca-”. Seguimos estando en la presencia de nuestro Dios, pese a que durante tanto tiempo durante la historia de nuestro pueblo hubo quien intentó atacarnos desde todas las naciones, casi sin excepción, y todavía hoy, seguimos en nuestra posición y desde hace más de 60 años de regreso a nuestro territorio.

En nuestro tiempo compartimos también el redescubrimiento de la identidad de quienes la habían perdido, porque por generaciones sus padres no pudieron o no quisieron revelarles que también estuvieron en el Pacto.

Sin ir más lejos, este shabat conocí a un prelado miembro de la jerarquía de su iglesia que hace apenas dos años, en su primera visita a Israel, sintió que algo muy profundo le estaba sucediendo en ese espacio totalmente nuevo y desconocido. No podía concebir qué era lo que le provocaba ese tipo de sensaciones. Qué le provocaba la necesidad de llorar y de meditar. Qué le había hipnotizado. Al regreso a su hogar y a su iglesia comenzó a investigar el origen de su apellido porque había oído de un rabino residente a muchos kilómetros de su casa que llevaba el mismo, y descubrió que tanto por línea materna como por línea paterna sus antepasados fueron judíos. Siguió buscando y encontró un tío en Israel de quien no sabía de su existencia. Fue a ver al rabino en su país, en su condición pastoral y ambos se abrazaron. Oyó del rabino que su apellido era de cohanim. Que no se pronunciaba como se escribía. Pero, que era típico de familias judías.

Comenzó a preguntarse sobre lo que le unía y separaba de la fe oculta de sus padres.

Ahora se enfrenta a sus verdades y aún no termina de creer lo que le está sucediendo.

Cantó canciones en hebreo sin delatar pronunciación extranjera que el dueño de casa, veterano residente de Israel, no puede disimular en sus plegarias. Esta persona que ha comenzado a descubrirse, hizo preguntas muy difíciles, que en realidad se hacía a sí mismo. Su fe y la que sin percibirlo había absorbido, entraron en conflicto.

Habló de reintegrarse a la historia y a la fe de sus padres. Lo decían sus ojos cuando al cantar Zemirot de shabat que había aprendido, no disimulaba sus lágrimas.

Me dio a leer el texto que en su idioma natal ha leído y ha predicado desde el púlpito demostrando que en el Pacto con los que no están hoy aquí con nosotros, también él se encontraba. Cuando leyó el Salmo 15 de David le resonaba en su corazón con fuerza: “Hashem, ¿quién habitará en tu santuario? ¿Quién morará en tu santo monte? El que anda en integridad y obra justicia, que habla verdad en su corazón, que no calumnia con la lengua, que no le hace mal a su prójimo ni le acarrea desgracias a su vecino; en cuyos ojos el perverso es menospreciado, pero honra a los que temen a Hashem; el que aun jurando en perjuicio propio, no cambia; que presta dinero sin ánimo de lucro, y no acepta sobornos que afecten al inocente. El que así actúa no caerá jamás”.

Quizás muy pronto este pastor renovará el Pacto de sus padres, ¿lo podremos hacer nosotros cuando nuestra cadena hasta Sinaí nunca fue interrumpida o elegimos firmarlo?

A pocos días de Rosh Hashaná la pregunta es más que válida.


 

Yerahmiel

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