Solamente que no aumente de caballos…

Sin percibirlo, cada vez que pronunciamos una bendición de las prescriptas en la normatividad, hacemos una declaración política que en el transcurso de la historia fue integrándose a nuestra idiosincrasia. En las “berajot”, aparece la declaración que nuestro Dios es “melej haolam”, Soberano del Universo.

Al recitar esas palabras declaramos aceptar a Dios como nuestro monarca y reconocemos sujetarnos a sus mandamientos. Regresamos al mismo leit motiv en el recitado del Shemá, y en la plegaria de Alenu, cuando decimos que “nos inclinamos y nos prosternamos ante el Supremo Rey de Reyes, el santo bendito…”, inspirados en el texto de Devarim 4 “el Señor es Dios de las Alturas del cielo y abajo en la tierra, no hay otro salvo Él”.

Así hemos internalizado medir la legitimidad de cualquier gobierno humano por su estándar moral: la manera en que promueve el bienestar de todas las personas, particularmente los más vulnerables de la sociedad; los pobres, los desamparados y los extranjeros.

El texto de nuestra parashá Shoftim, ofrece la opción de elegir un rey: “Cuando hayas entrado en la tierra que .A. tu Dios te da, y tomes posesión de ella y la habites, y digas: Pondré un rey sobre mí, “como todas las naciones” que están en mis alrededores; ciertamente pondrás por rey sobre ti”… y agrega ciertas condiciones… “Pero él no aumentará para sí caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos;… Ni tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe; ni plata ni oro amontonará para sí en abundancia”.

Esta actitud equívoca hacia la autoridad política en general, y hacia la realeza en particular, aparece en la porción de la Torá de esta semana que está, en su mayor parte, relacionada con el establecimiento de las oficinas judiciales, políticas y religiosas de Israel para hacer cumplir el pacto de Dios: sacerdotes, profetas, jueces y reyes. En la porción de esta semana, leemos varias regulaciones concernientes al sacerdocio (Devarim 18: 1-8), presenta criterios para determinar profetas legítimos (18: 14-22) y ordena el nombramiento de jueces y otros magistrados para administrar justicia (16: 18-20). Como hemos visto en marcado contraste, presenta el establecimiento de una monarquía como opcional.

A los ojos de la Torá, la realeza es diferente de los otros tres oficios, cuya autoridad surge de la relación de pacto entre Dios e Israel. Los profetas sirven como portavoces de Dios y los sacerdotes regulan y dirigen la adoración a Dios. Incluso los jueces y magistrados no tienen autoridad independiente. Deben seguir la directiva divina: tzedek, tzedek tirdof – “¡Justicia, perseguirás la justicia!”… 16:20)).

A diferencia de los oficios de profetas, sacerdotes y magistrados, el oficio de realeza aparece en la Torá como una importación extranjera. La Torá no impone un determinado sistema político.

Esta semana aprendemos que si los israelitas desean un rey que los gobierne así como las otras naciones tienen reyes que los gobiernan, son libres de elegir uno (17:14). Sin embargo, necesitan asegurarse de que su rey permanezca sujeto a Dios y al pacto de Dios y sea un miembro leal de la nación a la que sirve.

Si hiciéramos el intento de traducir la terminología de Devarim a los sistemas de gobierno de nuestro tiempo, vemos con claridad que su significado se extiende a todo tipo de gobierno autoritario o abusivo que presentan un riesgo. Incluso gobiernos elegidos democráticamente con gobiernos centralizados, también puede haber recortar la libertad de los ciudadanos. Deben ser conscientes de la oportunidad que tiene un gobernante de auto engrandecerse, construir grandes ejércitos, sacrificar el bienestar de los ciudadanos por su propia grandeza, realzar su propio prestigio y amasar grandes fortunas a expensas del pueblo (17: 16-17). La Torá nos enseñó controlar los posibles excesos de todo régimen.

Para limitar el poder del gobernante, la Torá presenta lo que podríamos describir como un gobierno que se rige por las leyes y por la constitución. Así como el rey opcional que aparece en la parashá debe estar sujeto al pacto y debe estudiar su propia copia de la ley para que pueda permanecer obediente a ella (17: 18-19), así cada gobernante está obligado no sólo a ser consciente de la Ley sino estudiarla permanentemente hasta escribir las normas y tenerlas frente a sí.

En última instancia, la Torá reconoce solo a un verdadero gobernante: Dios. Todos los líderes humanos, reyes, profetas, jueces y sacerdotes, incluso el mismo Moshé, están limitados en perspicacia, comprensión y sabiduría. Incluso los mejores gobernantes se ven tentados por las ventajas de su cargo y pueden caer en las tentaciones de la autoridad. En el contexto bíblico, es función de los otros oficios recordar al gobernante que es un servidor del pueblo de Dios y, sobre todo, como el resto de nosotros, un servidor de Dios obligado a llevar a cabo la palabra de Dios en la tierra de Dios.

 

Yerahmiel

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