La tojejá se lee en los templos, sotto voce, como si no deseáramos que nadie se entere de lo que allí se dice. En la lectura de Bejukotay nos hallaremos frente al anuncio de las peores catástrofes habidas y por haber. Llegarán, dice el texto, si Israel desacata la misión que le fuera encomendada.
Así se expresa. Pero, en esa misma lectura, descubrimos que nuestras plegarias serán oídas y nuestras aspiraciones serán atendidas. Que quienes desean mejorar el mundo no se equivocan ni son necios, como tampoco los que se niegan a aceptar la inevitabilidad del sufrimiento y la injusticia.
Glorificamos la vida y no nos alegramos con la muerte que aceptamos como parte de la misma vida.
Israel puede sobrellevar los cataclismos, pero no va a morir. Estuvo cientos de años en el exilio, y un día comenzó a regresar. Sufrió la persecución más terrible, pero no se dejó llevar por la desesperación. Los asesinos mataron a las personas, mutilaron a los individuos, pero no lograron asesinar la esperanza. Israel pasó por la experiencia de la derrota y el desastre. Perdió su libertad y su tierra. El pueblo fue exiliado y sufrió de las más aterradoras persecuciones. Es difícil imaginar una nación sometida a tal catástrofe que haya sobrevivido para contarla. Como que todos los versículos que relatan las desventuras se hubieran cumplido sin compasión.
Y allí mismo, nos dice la Torá en Vaikrá 26:42, que “Y verdaderamente me acordaré de mi pacto con Yaakov; y hasta de mi pacto con Yitzjak y hasta de mi pacto con Abraham me acordaré, y me acordaré de la tierra… Y aun por todo esto, mientras continúen en la tierra de sus enemigos, no los rechazaré ni los aborreceré de modo que los extermine, para violar mi pacto con ellos; porque yo soy el Eterno, su D-os. Y me acordaré, a favor de ellos, del pacto de los antecesores que saqué de la tierra de Egipto ante los ojos de las naciones, a fin de resultar ser su D-os. Yo soy el Eterno”.
Este versículo nos legó la esperanza. Nos permitió y nos permite emprender el largo viaje a cuyo final se vislumbra la redención y la era mesiánica. Nos permite reemplazar la tragedia por la confianza.
Cuando hace pocas semanas festejamos Yom Haatzmaut a la finalización de Yom Hazikarón, y pocos días antes recordamos la Shoá, sintetizamos en el accionar lo descrito en la parashá. La declaración de la independencia de Israel y el himno nacional Hatikva, se convirtieron en un sueño y una esperanza después de las fechas aciagas. Quien no pueda o no desee compartir estos días, detenido en la historia, le hace el juego a quienes están en otro lugar de la fe y creen que la historia es inevitable. Optamos por la esperanza, la aspiración por un mundo mejor, el cumplimiento de las promesas proféticas con la expectación que se cumplan en nuestros días. Mantenemos el sueño por la redención completa.
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