Los roles del cohen y naví variaron con el tiempo.
Los cohanim oficiaban en el servicio del Templo. Pero también eran jueces. La Torá dice que si un caso es demasiado difícil de ser tratado por el tribunal local:“Vayan a los cohanim, a los levitas, y al juez que está en el cargo en ese momento. Preguntadles y ellos te darán el veredicto “(Devarim 17: 9).Moshé bendice a la tribu de Leví diciendo que “enseñarán tus ordenanzas a Yaacov y tu Torá a Israel” (Devarim 33: 10), sugiriendo que también tenían un papel educativo. Malají, un profeta del Segundo Templo, dice:
“Porque los labios del cohen han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de .A. de los ejércitos.” (Malají 2: 7). El cohen era el guardián del orden social sagrado de Israel.Sin embargo, está claro en el Tanaj que el sacerdocio estaba expuesto a la corrupción. Hubo momentos en que los cohanim aceptaron sobornos, otros cuando comprometieron la fe de Israel y eran idólatras. A veces se involucraban en la política. Algunos se mantenían como una élite distinta y desdeñosa hacia el pueblo en su conjunto. En esos momentos, el naví se convertía en la voz de Dios y en la conciencia de la sociedad, recordando al pueblo su vocación espiritual y moral, invitándolos a regresar y arrepentirse, recordando a la gente sus deberes para con Dios y sus semejantes. El sacerdocio se volvió masivamente politizado y corrompido durante la época helenística, especialmente bajo los seléucidas en el segundo siglo a.e.c. Los Sumos Sacerdotes helenizados como Jasón y Menelao introdujeron prácticas idolátricas, incluso en una etapa, a una estatua de Zeus en el Templo. Esto provocó la revuelta interna que llevó a los acontecimientos que recordamos en la fiesta de Janucá. Sin embargo, a pesar de que el iniciador de la revuelta, Matitiahu, era un cohen justo, la corrupción resurgió bajo los reyes asmoneos. La secta de Cumrán que conocemos a través de los Rollos del Mar Muerto, era particularmente crítica al sacerdocio en Jerusalén y no le faltaron razones. Es sorprendente que los sabios trazaran su ascendencia espiritual a los profetas, no a los sacerdotes (Avot 1: 1). Los cohanim eran esenciales para el antiguo Israel. Dieron su estructura y continuidad, sus rituales y rutinas, sus fiestas y celebraciones a la vida religiosa. Su tarea era asegurar que Israel seguía siendo un pueblo santo con Dios en su centro. Pero eran el establishment y, al igual que todos, en el mejor de los casos eran los guardianes de los más altos valores de la nación, pero en el peor, se depravaban, usando su posición para aumentar su parte en el poder y participando en la política interna para obtener ventajas personales. Ese es el destino de los que son asociados del poder, especialmente aquellos cuya función les permite hacerles favores. Por eso los profetas eran esenciales. Eran los primeros críticos sociales del mundo, ordenados por Dios a decir la verdad al poder. Todavía hoy, para bien o para nada, ciertos funcionarios religiosos se asemejan al sacerdocio de Israel. ¿Quién, sin embargo, son los profetas de Israel en el tiempo presente? pregunta el rav Sacks. La lección esencial de la Torá es que el liderazgo nunca puede confinarse a una clase o rol. Siempre se debe distribuir y fragmentar. En el antiguo Israel, los reyes trataban con el poder, los sacerdotes con la santidad y los profetas con la integridad y la fidelidad de la sociedad en su conjunto. En el judaísmo, el liderazgo es menos una función, que un campo de tensiones entre los diferentes roles, cada uno con su propia perspectiva y voz. El liderazgo en el judaísmo es un contrapunto, una forma musical definida como “la técnica de combinar dos o más líneas melódicas de tal manera que establezcan una relación armónica manteniendo su individualidad lineal”. Es esta complejidad interna la que da al liderazgo judío su vigor. El rav Sacks cree que el liderazgo debe ser siempre así. Cada equipo debe estar formado por personas con diferentes roles, fortalezas, temperamentos y perspectivas que deben estar siempre abiertos a la crítica y estar siempre en alerta contra el pensamiento grupal. La gloria del judaísmo consiste en su insistencia de que sólo en el cielo hay una voz dominante. Aquí en la tierra nadie puede tener el monopolio del liderazgo. Fuera del choque de perspectivas – rey, cohen y naví – llega algo más grande que cualquier individuo o rol podrían lograr. Y yo, humildemente, agrego, que para que ello pueda ser logrado, exige a la mayoría silenciosa, la que reprueba los malos manejos y la descomposición, hacer oír su voz y no quedarse con los brazos cruzados, aportando únicamente sus lamentos y sus quejas silenciosas. Esta conducta de nada servirá para cambiar lo que urgentemente debe ser corregido.
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