Basamos el comentario de esta semana en un brillante artículo escrito hace años por el rav Yaakov Tzvi, más conocido como Jonathan Henry Sacks, Z¨. El rav Sacks hace, a propósito de esta parashá, la distinción entre las funciones del cohen y el nabí, a pesar de que algunos profetas, como Yejezkel, eran también sacerdotes. 1 – El papel del sacerdote era dinástico, el del profeta carismático. Los sacerdotes eran los hijos de Aarón. La paternidad no tenía importancia en el profeta. Los propios hijos de Moshé no lo eran. 2- El sacerdote llevaba ropas de oficio. No había uniforme oficial para el naví. 3- El sacerdocio era exclusivamente masculino; No así la profecía. El Talmud enumera a siete mujeres profetas: Sara, Miriam, Devorá, Janá, Abigail, Juldá y Esther. 4- El papel del sacerdote no cambió con el tiempo. Había un calendario anual preciso de sacrificios que no variaban de año en año. El profeta, por el contrario, no podía saber cuál sería su misión hasta que Dios se le revelara. La profecía nunca fue una cuestión de rutina. 5 – Como resultado, el profeta y el sacerdote tenían diferentes sentidos de tiempo. El tiempo para el sacerdote era lo que era para Platón: la “imagen en movimiento de la eternidad”, una cuestión de eterna recurrencia y retorno. El profeta vivió en el tiempo histórico. Su hoy no era lo mismo que ayer y mañana sería diferente de nuevo. 6 – El sacerdote era “santo” y por lo tanto separado del pueblo. Tenía que comer su comida en un estado de pureza, y tenía que evitar el contacto con los muertos. El profeta a menudo vivía entre el pueblo y hablaba un idioma que entendía. 7 – Las palabras clave para el sacerdote eran tahor, tamé, kodesh y jol: “puro, impuro, sagrado y secular”. Las palabras clave para los profetas fueron tzedek, mishpat, jesed y rajamim, “justicia, amor y compasión”. No es que los profetas estuvieran preocupados por la moral mientras los sacerdotes no lo eran. Los cohanim piensan en términos de un orden moral incrustado en la estructura de la realidad, a veces llamada una “ontología sagrada”. Los profetas tendían a pensar no de las cosas o actos en sí mismos, sino en términos de relaciones entre personas o clases sociales. 8 – La tarea del cohen fue el mantenimiento de los límites. Los principales verbos sacerdotales son lehavdil y lehorot, para distinguir una cosa de otra y aplicar las reglas apropiadas. Los sacerdotes daban juicios, los profetas advertencias. 9 – No hay nada personal sobre el papel de un cohen. Si uno – incluso un Sumo Sacerdote – era incapaz de oficiar en un servicio dado, otro podría sustituirlo. La profecía era esencialmente personal. Los sabios dijeron que “ningún profeta profetizó en el mismo estilo” (Sanedrín 89 a). Cada profeta tenía una voz distintiva. 10 – Los cohanim constituyeron el “establishment” religioso. Los profetas, al menos aquellos cuyos mensajes han sido eternizados en Tanaj, no eran el anti-establishment, crítico de los poderes.

Los roles del cohen y naví variaron con el tiempo.

Los cohanim oficiaban en el servicio del Templo. Pero también eran jueces. La Torá dice que si un caso es demasiado difícil de ser tratado por el tribunal local:
“Vayan a los cohanim, a los levitas, y al juez que está en el cargo en ese momento. Preguntadles y ellos te darán el veredicto “(Devarim 17: 9).
Moshé bendice a la tribu de Leví diciendo que “enseñarán tus ordenanzas a Yaacov y tu Torá a Israel” (Devarim 33: 10), sugiriendo que también tenían un papel educativo. Malají, un profeta del Segundo Templo, dice:
“Porque los labios del cohen han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de .A. de los ejércitos.” (Malají 2: 7). El cohen era el guardián del orden social sagrado de Israel.
Sin embargo, está claro en el Tanaj que el sacerdocio estaba expuesto a la corrupción. Hubo momentos en que los cohanim aceptaron sobornos, otros cuando comprometieron la fe de Israel y eran idólatras. A veces se involucraban en la política. Algunos se mantenían como una élite distinta y desdeñosa hacia el pueblo en su conjunto. En esos momentos, el naví se convertía en la voz de Dios y en la conciencia de la sociedad, recordando al pueblo su vocación espiritual y moral, invitándolos a regresar y arrepentirse, recordando a la gente sus deberes para con Dios y sus semejantes. El sacerdocio se volvió masivamente politizado y corrompido durante la época helenística, especialmente bajo los seléucidas en el segundo siglo a.e.c. Los Sumos Sacerdotes helenizados como Jasón y Menelao introdujeron prácticas idolátricas, incluso en una etapa, a una estatua de Zeus en el Templo. Esto provocó la revuelta interna que llevó a los acontecimientos que recordamos en la fiesta de Janucá. Sin embargo, a pesar de que el iniciador de la revuelta, Matitiahu, era un cohen justo, la corrupción resurgió bajo los reyes asmoneos. La secta de Cumrán que conocemos a través de los Rollos del Mar Muerto, era particularmente crítica al sacerdocio en Jerusalén y no le faltaron razones. Es sorprendente que los sabios trazaran su ascendencia espiritual a los profetas, no a los sacerdotes (Avot 1: 1). Los cohanim eran esenciales para el antiguo Israel. Dieron su estructura y continuidad, sus rituales y rutinas, sus fiestas y celebraciones a la vida religiosa. Su tarea era asegurar que Israel seguía siendo un pueblo santo con Dios en su centro. Pero eran el establishment y, al igual que todos, en el mejor de los casos eran los guardianes de los más altos valores de la nación, pero en el peor, se depravaban, usando su posición para aumentar su parte en el poder y participando en la política interna para obtener ventajas personales. Ese es el destino de los que son asociados del poder, especialmente aquellos cuya función les permite hacerles favores. Por eso los profetas eran esenciales. Eran los primeros críticos sociales del mundo, ordenados por Dios a decir la verdad al poder. Todavía hoy, para bien o para nada, ciertos funcionarios religiosos se asemejan al sacerdocio de Israel. ¿Quién, sin embargo, son los profetas de Israel en el tiempo presente? pregunta el rav Sacks. La lección esencial de la Torá es que el liderazgo nunca puede confinarse a una clase o rol. Siempre se debe distribuir y fragmentar. En el antiguo Israel, los reyes trataban con el poder, los sacerdotes con la santidad y los profetas con la integridad y la fidelidad de la sociedad en su conjunto. En el judaísmo, el liderazgo es menos una función, que un campo de tensiones entre los diferentes roles, cada uno con su propia perspectiva y voz. El liderazgo en el judaísmo es un contrapunto, una forma musical definida como “la técnica de combinar dos o más líneas melódicas de tal manera que establezcan una relación armónica manteniendo su individualidad lineal”. Es esta complejidad interna la que da al liderazgo judío su vigor. El rav Sacks cree que el liderazgo debe ser siempre así. Cada equipo debe estar formado por personas con diferentes roles, fortalezas, temperamentos y perspectivas que deben estar siempre abiertos a la crítica y estar siempre en alerta contra el pensamiento grupal. La gloria del judaísmo consiste en su insistencia de que sólo en el cielo hay una voz dominante. Aquí en la tierra nadie puede tener el monopolio del liderazgo. Fuera del choque de perspectivas – rey, cohen y naví – llega algo más grande que cualquier individuo o rol podrían lograr. Y yo, humildemente, agrego, que para que ello pueda ser logrado, exige a la mayoría silenciosa, la que reprueba los malos manejos y la descomposición,   hacer oír su voz y no quedarse con los brazos cruzados, aportando únicamente sus lamentos y sus quejas silenciosas. Esta conducta de nada servirá para cambiar lo que urgentemente debe ser corregido.

2 Comments

  • Grace Nehmad, 11 febrero, 2022 @ 11:42 pm Reply

    Muy interesante mi rol roles centrales diferentes, la continuidad y el cambio profético actual. Parecen como dos tiempos distintos que debemos integrar

  • Grace Nehmad, 11 febrero, 2022 @ 11:42 pm Reply

    Muy interesante mi rol roles centrales diferentes, la continuidad y el cambio profético actual. Parecen como dos tiempos distintos que debemos integrar

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