Setiembre 2020

¡Desde lo profundo de mi desesperación, clamo a ti, Señor! (Tehilim 130:1)

El escriba Ezra (capítulo 3 1-6) nos relata que “llegado el séptimo mes, los israelitas estaban ya en sus ciudades y entonces todo el pueblo se congregó como un solo hombre en Jerusalén. Yehoshúa, ben de Yehotzadak y sus hermanos…, se pusieron a reconstruir el altar del Dios de Israel, para ofrecer en él holocaustos… erigieron el altar en su emplazamiento, a pesar del temor que les infundían los pueblos de la tierra, y ofrecieron en él holocaustos a .A.” Después de la interrupción del servicio divino que duró durante todo el exilio, se reconstruyeron las bases de la normalización del ritual.

Nejemia (8:1-3), nos cuenta otro acontecimiento del día uno del mes séptimo: “Todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta del Agua. Dijeron al escriba Ezra que trajera el Sefer Torat Moshé -libro de la Ley-… ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley.”
Es notable observar en esta cita que no fueron los líderes ni los cohanim quienes pidieron traer el sefer Torá sino que fue el pueblo mismo en un arranque de espontaneidad, buscando reconciliarse con el conocimiento para iniciar una nueva etapa en sus vidas y en las de la congregación lo exigieron. Habían renovado la fiesta de las trompetas, que les recordaban la revelación del Sinaí y la recepción de la Torá que se hizo ante el clamor de los shofarot.

El llanto del pueblo recuerda que “cuando el rey Yehoshiahu (2 Melajim 22:11 y 22:19) oyó las palabras del libro de la Ley rasgó sus vestiduras… y lloró”.

El redescubrir el texto de la Torá provocó en ambos casos un llanto de gran emoción al grado que hubo que recordarle al pueblo que el primero de Tishrei era un día de alegría. Que recuerda la creación del Cosmos, por lo que lo conmemoramos como redención nacional y universal.

En las plegarias de Maljuiyot, Zijronot y Shofarot de Musaf, expresamos las maravillosas ideas de renovación. En maljuiyot, la unicidad de Dios, la fe. En Zijronot la unicidad de la humanidad por el amor, y en Shofarot, la unicidad de las leyes, y la redención, uniendo a todas la culturas y las civilizaciones. Sin leer los textos de ese musaf y sin oír el shofar, nuestra experiencia de Rosh Hashaná es estéril y vacía y se pierde lo más esencial del mensaje. Mientras tenemos fe, respetamos al otro, lo valoramos porque somos conscientes que es reflejo de la imagen divina. Si lo hacemos lo mismo sucederá con las naciones. Podrán respetarse y aceptarse. La solidaridad permite la paz y la amistad, que pueden evitar las confrontaciones militares. En los peores momentos surge una chispa que nos dice que todavía nada está perdido pese a los dolores de alumbramiento, ya que sabemos muy bien que no hay parto sin dolor. El sufrimiento de la humanidad en nuestros días, si sabemos comportarnos en el espíritu del Yom Hadín, preanuncian la salvación y la redención.

La tefilá de Rosh Hashaná es profundamente religiosa y ética e intenta ayudarnos a unirnos. Ello nos permite una visión optimista del futuro cuando decimos en la plegaria “toda la maldad pasará sobre nosotros como una nube, y así se extinguirá el gobierno de malignidad, y asechanza del mundo”.

Escribo estas líneas en días de pandemia, cuando la incertidumbre nos envuelve y ni siquiera sabemos si podremos concurrir a las sinagogas a elevar nuestras plegarias y a entregarnos al sonido del shofar que nos conmueve las fibras más íntimas de la existencia. Y aún si fuéramos condenados para salvar la vida cumpliendo con el precepto de Pikúaj Nefesh, que obliga postergar el cumplimiento de las normas para defender la vida, debemos entregarnos a superar la ignorancia de las fuentes de la Halajá y la Agadá para desentrañar el verdadero sentido de esta festividad y para gozar de su experiencia verdadera, distorsionada por tantos años de ignorancia y festejos folclóricos.

El Covid-19 se encarga de romper nuestras rutinas, de la fiesta, incluso la reunión de los familiares y amigos para servirnos de opíparos manjares y hablar de todo sin decir nada y de todos diciendo lo indecible. La rutina provocaba que al no percibirse renovación, pasábamos a ser dominados por ella.

El Coronavirus nos ha ampliado el contexto personal y comunitario, ha roto con los límites artificiales. Ya no podemos diluir su significado para acomodarlo a nuestra zona terrenal de confort, con la cantinela “a mí no me va a tocar”.

Nos guste o no, ahora todos somos uno, y no nos podemos dar el lujo de las exclusiones si tenemos frente a nosotros lo que nos enseñó el profeta Yeshayahu 6:3: “toda la tierra está llena de su gloria”.

En un mundo cambiante, desafiante, en un medio con tantas dificultades, enfermedad y muerte, nosotros que siempre nos hicimos preguntas, desde la época de Abraham y la de Moshé, hasta hoy mismo y de esa manera buscamos la verdad logramos ser intransigentes al enfrentar lo que afectaba los valores éticos. El Covid impide escabullirnos de enfrentar temas polémicos. El judaísmo tiene que expresar su posición en muy alta voz frente al triaje, por dar solo un ejemplo, cuando se promueve la selección y clasificación de pacientes y descarta a priori a las personas mayores.  

En la medida en la que nos emocionemos en la lectura de la Ley y nos propongamos seguirla, podremos festejar un Rosh Hashaná que nos llene de confianza, tranquilidad y alegría, porque al buscar ayudar al otro, nos estaremos ayudando a nosotros mismos y ese es el camino al que el Shofar nos convoca para nuestra redención personal, comunitaria y mundial.

Si aceptamos el reinado de un solo Dios sobre la faz de la tierra, podremos reírnos de los dictadores y los autoritarios, que traen maldición sobre la tierra incluso en el manejo de la pandemia. Si aceptamos su Majestad, no nos animaremos a excluir a enfermos ni a quienes no se comportan en lo cotidiano como nosotros imaginamos deben hacerlo.

Cuando aceptemos nuestra pequeñez ante el Infinito, nos podremos reunir con todos, sin temores de perder nuestra identidad y exclamar convencidos: Zojrenu Lejaim, recuérdanos para la vida, melej Jafetz Bajaim, Rey que anhela la vida.


INICIANDO UN AÑO CONFUNDIDOS POR LA PANDEMIA

Escribo estas líneas inspirado por el recientemente fallecido rabino Dr. Norman Lamm, cuando hace exactamente veinte años atrás nos decía que “la confusión es el sello distintivo de nuestro tiempo”. Y hoy, la pandemia que estamos sufriendo, nos trae al presente su pensamiento con más claridad aún que cuando lo expuso.

Nuestros días son muy difíciles. No debemos ocultar sus aprietos ni disimularlos, pero, también son esperanzadores.

Estamos confundidos por las ansiedades diarias de la existencia, la angustia sin sentido y el aparente vacío de la vida que nos rodea. Estamos confundidos por las inclinaciones incomprensibles de los líderes mundiales en el tratamiento de la enfermedad que tantas muertes y secuelas de diverso tipo ha producido sin que atinen, ni siquiera, dejar de lado sus incontenibles ansias de poder y la carrera armamentista frente a enemigos reales o ficticios, mientras siembran el hambre entre su población y la acostumbran a seguir ciegamente sus caprichos.

Buscamos, sin lograrlo, desentrañar los mensajes de científicos y pseudocientíficos que cada 24 horas nos dan mensajes contrapuestos sobre cómo defendernos de la enfermedad y la muerte. Oímos estupefactos los mensajes de supuestos seres espirituales que nos tratan de manipular usando supersticiones que lindan con la idiotez para que los sigamos, o nos culpan de supuestos pecados que provocaron lo que llaman “el castigo divino por nuestras maldades y/o, por no haber cuidado la naturaleza”.

Mirando hacia adentro de nuestro pueblo, estamos confundidos por las afirmaciones contradictorias que nos imponen las diferentes interpretaciones del judaísmo y por el choque de religiosos y secularistas judíos sembrando odio gratuito. Nos confunde el extraño tipo de realidad en la que crecen nuestros hijos en el mundo virtual que hace apenas 20 años no se podía imaginar en esta magnitud y sus consecuencias sobre su futuro. Todos somos víctimas de la incapacidad de los encargados de la educación judía y de la instrucción general para confrontarse con las clases digitales y para evaluar a la luz de la nueva realidad qué cambios hacer en el clásico concepto de las clases virtuales al grado de poner en peligro el conocimiento de las futuras generaciones.

Notamos más que siempre, la confusión entre jóvenes y adultos que arguyen a partir de la confusión nacida de la ignorancia, dogmáticamente seguros de sus argumentos, cuando emiten juicios acerca de la religión y el pensamiento judíos, sin haber leído el jumash, abierto una guemará, hojeado un sidur, ni analizado un buen manual de historia y filosofía judía. Su ignorancia no les impide porfiar y discutir, machacar e insistir en el vacío.

Y de pronto, cuando nos acercamos a Rosh Hashaná, nos excede la incertidumbre de cómo recibir la festividad cuando las maneras clásicas y tradicionales parecen imposibles; las cenas familiares, uno de los pocos momentos del año en el que las familias dispersas se reúnen no parecen factibles y la concurrencia a las casas de plegaria y oración se ven restringida al grado que quienes nunca concurren a ellas sienten necesidad de asistir y los que siempre se reúnen allí, no saben cómo pasar el día de las teruot lejos de centro comunitario, sintiéndose tan solos y aislados como todos nos sentimos en las cuarentenas.

El Día del Juicio, nos hace un llamado de introspección valiente e imprescindible.

Nos invita a retomar la confianza en nuestras convicciones y valores. De inspirarnos en nuestra tradición. A detectar los mensajes de la Grandes de la Torá genuinos de la historia y del presente, evitando encandilarnos por la mentira y la demagogia de políticos y de líderes de todo tipo. Recordar el bello poema de Tehilim 23:4 que dice: .A. roí lo ejesar: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” – o ‘El Señor es mi pastor no fallaré’ – como fue interpretado por un sabio jasídico en el sentido de que nunca fallaré (lo ejesar) en saber en todo momento que el Señor es mi pastor. En ambas lecturas, lograremos también recuperar la fe que debemos tener en nosotros mismos.

Con esta confianza, fe y paciencia, podemos superar nuestra confusión.

Si nos aferramos a nuestra escala de valores a través del estudio de la Torá, y tenemos fe y confianza en ellos, estaremos preparados para vivir de manera práctica y decisiva estos mismos valores. Con ellos podremos superar estos momentos. Sin embargo, no basta con estudiar y tener fe. Uno debe actuar con ellos de manera comprometida, clara y constante.

Al oír el shofar, podremos salir de nuestra perplejidad.

Ya hemos explicado en otro comentario que la palabra hebrea jet, se traduce popularmente como pecado, pero, su raíz nos indica que hemos errado el blanco. Cuando nuestro corazón se sienta desgarrado por el sonido tan primitivo que llevamos guardado en nuestro subconsciente durante centenas de generaciones, podremos responder a los desafíos sin temor, lograr claridad y salir de nuestra perplejidad.

Probablemente nos sentiremos motivados para estudiar nuestra Torá y escudriñar sus secretos y su riqueza y al reconciliarnos con los textos veremos nuestra existencia bajo una nueva luz, que nos acompañará para comprender mejor donde estamos parados.

El judaísmo, ha seguido sus valores desde el crisol de la historia y ha encontrado que son duraderos. La presente no es la primera epidemia de la historia. Aprendemos de las anteriores que se pudo convertir la crisis en oportunidades y resarcir de alguna manera el daño sufrido. Tal como nuestros antepasados pudieron superarlas, pese al alto precio pagado, también por las persecuciones antisemitas que trajeron aparejadas que dejaron un tendal de muertos, así nosotros tenemos oportunidad de convertir a Rosh Hashaná en un nuevo nacimiento de nuestro ser y de nuestro pensar.

Cuando tocamos el Shofar proclamamos hayom harat olam, hoy es el aniversario del nacimiento del universo. Esa frase, en nuestras manos, permitirá crear y recrear nuestro propio mundo haciéndolo grande, noble, emocionante y significativo para toda la humanidad.

Que seamos bendecidos por un nuevo año de vida, de salud, de bienestar, de comprensión de las perplejidades, de estudio y crecimiento intelectual y ético.

Que termine el año con sus maldiciones e inicie un año de bendiciones para todos.



 

3 Comments

  • LIBE BOGUSZEWICZ, 16 septiembre, 2020 @ 11:28 am Reply

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  • M. B.G., 16 septiembre, 2020 @ 8:02 pm Reply

    Shalom rav. He leído los textos que ha enviado. Como siempre son una lección. ¿También el texto fechado en 2001 es suyo? Es conmovedor. Un saludo Magda

    Obtener Outlook para Android

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  • Grace Nehmad, 18 septiembre, 2020 @ 4:32 am Reply

    Qué bonitos deseos mi Rav! Amén! Shaná tova umetuká! Tanto por corregir! Dejarde despertar y trabajar y tener fe! Gracias mi Rav!

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