Todos los años, cuando llegamos al libro de Vayikrá que nos trae descripciones gráficas de los sacrificios de los animales y las ofrendas que se describen en detalle, nos detenemos a pensar en su significado. Estudiamos el rociado de sangre en el altar por parte de los cohanim, junto con un manual de “cómo hacerlo” para matar un toro o una cabra o una oveja ofreciéndola en un drama altamente litúrgico. Nuestros jajamim al estudiar el versículo “Tomad con vosotros palabras, y volved a .A. decidle: «Quita toda culpa; toma lo que es bueno; y en vez de novillos te ofreceremos nuestros labios” (Oshea 14: 3), concluyeron en el midrash Tanjuma, (Parashat Ki Tavó 1) que “Moshé simplemente previó que el Templo iba a ser destruido y que iban a cesar las Primicias. Se levantó y decidió que [el pueblo de] Israel orara tres veces al día, porque la oración es más agradable para el Santo, bendito sea Él, que todas las buenas obras y todos los sacrificios. Está escrito de esta manera “Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde. Pon, .A., en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios” (Tehilim 141:3-4). Si releemos con atención lo dicho por el midrash, veríamos que la plegaria puede ser más agradable a .A. que los sacrificios, en la misma línea en la que nuestros Profetas condenaran a aquellos que no eran sinceros frente al altar y seguían cometiendo actos deleznables pese a presentar sus sacrificios. Sin embargo, cuando en nuestro tiempo oímos tantas voces en contra del sacrificio de los animales, tanto de parte de carnívoros que, cuando se sientan a comer sus platos favoritos creen que esa carne es vegetal o plástica porque no ven cómo la faenan, como la de los veganos y los naturalistas que justamente se alarman por la muerte de aves y mamíferos que son ingeridos por los carnívoros, podemos perder la perspectiva acerca de los efectos secundarios que tenían las ofrendas en el Templo, tanto para quienes la ofrecían como para el pueblo en general. En el lenguaje más simple y directo la parashá de esta semana, nos enseña que “Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó, y para su expiación traerá a .A. por su pecado que cometió, una hembra de los rebaños, una cordera o una cabra como ofrenda de expiación; y el cohen le hará expiación por su pecado” (Vayikrá 5: 5 y sigs.). ¡Qué poderoso debe haber sido contar con un ritual a través del cual el trasgresor podía expulsar a los demonios de la culpa y la recriminación personal y sentir el bendito alivio del perdón! Cuando el mundo se encuentra bajo los estragos de la peste, muchas personas se preguntan ¿qué habremos hecho para merecerlo? Y por todos lados surgen quienes tienen respuestas providenciales que aumentan la culpa y obviamente no ofrecen ninguna solución a la angustia o, peor aún, proponen antídotos mágicos, amuletos o talismanes que muchos incautos reciben como si sirvieran para algo. No tenemos espacio para discurrir acerca de la pregunta que nuestros sabios discutieron desde hace ya varios siglos si tenemos que aspirar o no a la restauración de los sacrificios de aves y animales, pero sí para afirmar que en estos tiempos tan difíciles, en el que nuestras vidas espirituales están empobrecidas, anhelamos ese antiguo poder sacerdotal para perdonar las transgresiones propias y las del otro y elaborar la culpa. Al carecer de rituales que nos sirvan, seguimos poseyendo el poder de la tefilá, la fuerza de nuestros labios y de nuestras palabras ante .A. y también hacia el otro. Podemos acercarnos a la curación espiritual con la solidaridad y ayuda a los enfermos y a los mayores de la cuarta edad, que se ven amenazados por quienes propician el gerontocidio o el senilicidio pasivo o activo, con sus acciones e inacciones. No es necesario crear nuevos rituales. Cuando estudiemos lo que dice la Torá sobre las ofrendas, podremos sentir el efecto sublime de haber estado frente al altar y encontrar la manera de elaborar nuestra culpa y nuestra angustia.

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