La gente se convenció de que no sólo les estaba permitido,                           sino que estaban obligados a despreciar y luchar contra los        judíos que seguían un enfoque o una ideología diferentes a las propias.

 

La Guemará en Masejet Yoma (9b) discute las diferencias entre la caída del Primer Templo, a manos de los babilonios en 568 antes de la hora, y la caída del Segundo Templo después de la Gran Revuelta contra Roma en el año 70 de la era común.
Una de estas diferencias, observa la Guemará, es que antes de la destrucción del Primer Templo, “nitgalé kitzam” – el fin del exilio estaba previsto. El profeta Irmiahu informó al pueblo antes de la destrucción que el exilio de Babilonia duraría sólo setenta años, después de lo cual los judíos se les permitirían regresar a Eretz Israel y reconstruir el Templo y el país. Ninguna profecía de este tipo fue dada antes de la destrucción del Segundo Templo, y hasta el día de hoy no sabemos cuándo ni cómo terminará el exilio.
La razón de esta distinción, explica la Guemará, es porque “Rishonim… nitgalé avonam… Ajaronim… lo nitgalé avonam” (“a los primeros – les fue revelado su pecado… a los posteriores no”). Rashí explica que la gente del Primer Templo cometió sus pecados abiertamente, sin tratar de esconderlos, y así el final de su exilio también fue “abierto” y revelado. Los judíos del Segundo Templo, por el contrario, pecaron secretamente, tratando de disfrazar su conducta, pensando que podían esconder sus acciones de Dios, y así el final del exilio actual es similarmente “oculto”.
Rav Moshé Amiel (1883-1945) en su obra Drashot El Ami, vol. 3, ofrece una explicación muy sugestiva, ya que sugiere que durante el período del Segundo Templo, los judíos cometieron pecados que confundieron con mitzvot. Actuaron guiados por supuestos idealismos y celos, que les sirvieron para justificar conductas criminales e inicuas. Sus pecados no fueron “revelados”, ya que estaban ocultos bajo una capa de altruismo y piedad. En el período del Primer Templo, el pueblo pecó sin ninguna pretensión de idealismo. Abiertamente reconocían su traición a Dios y su devoción por la adoración a deidades extranjeras, sin hacer ningún intento de conciliar su comportamiento con la Torá.
El Rav Amiel señaló que si bien es generalmente cierto que una “aveirá goreret aveirá” – un pecado lleva a otro – los yerros cometidos bajo el pretexto de altruismo son especialmente peligrosos, ya que producen la ruptura de todas las barreras y límites. Buscan exclusivamente las faltas del “otro”, para poder seguir delinquiendo impunemente.
Una vez que una persona se convence que persigue una meta elevada y altruista, está dispuesta a violar todas las reglas sin compunción ni tribulación, ya que los fines idealistas justifican para él todos los medios criminales.
El rav Amiel señala que el comentario más famoso de la guemará en Masejet Yoma, que el Segundo Templo fue destruido por el pecado de sinat jinam – el odio infundado entre el pueblo, que también este pecado, estaba disimulado detrás de una máscara de altruismo. La gente se convenció de que no sólo les estaba permitido, sino que estaban obligados a despreciar y luchar contra los judíos que seguían un enfoque o una ideología diferentes a las propias. Así les resultó muy fácil durante el período del Segundo Templo que un pecado tan grave como el de sinat jinam fuera visto como una mitzvá, un padecimiento grave y corrosivo se convertía a sus ojos en una misión sagrada.
El azote del sinat jinam continúa hasta el día de hoy, cuando, como en los tiempos del Templo, muchos de nosotros consideramos en nombre del idealismo y de nuestras convicciones, al odio como mitzvá. De ello somos testigos diariamente y vemos hasta donde este corrosivo ha atacado incluso a las elites de estudiosos, que deberían ser los primeros en rechazarlo.
Si deseamos ser dignos de la redención el primer paso consiste en reconocer este pecado como tal y convencernos que el odio supuestamente idealista es injustificado y sólo sirve para continuar perpetuando los males espirituales que impiden la liberación total que los tiempos mesiánicos nos pueden ofrecer.

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