No debemos olvidar la necesidad de buscar bajo la superficie del judaísmo enseñanzas que son eminentemente pertinentes.

En tercer lugar, debemos orientarnos hacia el futuro. Debemos tener fe en que lo que ahora es genuinamente irrelevante puede llegar a ser algún día más relevante y significativo como resultado de nuestra capacidad para seguir adelante heroicamente a pesar de la irrelevancia y la impracticabilidad actuales. Lo que hoy parece visionario puede resultar indispensable para las necesidades reales de mañana.

Los rabinos solían decir: “Las palabras de la Torá y de los Sabios son escuetas, breves, concisas, sucintas, precisas y lacónicas en un lugar (bimkom zé) y ricas, detalladas, minuciosas, puntillosas en otro (bimkom ajer)[7]“. Con esto querían decir que, a veces, el texto de la Torá puede parecer muy estrecho y superficial, y enseñar muy poco. Sólo cuando lo comparamos con otro texto, en otro contexto, podemos apreciar cuán genuinamente profundo y perspicaz es en realidad. Me gustaría parafrasear ese pasaje, cambiando de “makom” a “zeman[8] – así: A veces ocurre que las palabras de la Torá en una época pueden parecer escuálidas e insignificantes; sólo más tarde, en otra época, las mismas palabras se revelan como poseedoras de una riqueza indecible de perspicacia y enseñanza. 

Tomemos uno de muchísimos ejemplos: la esperanza de Yerushalaim, cuyo aniversario de liberación celebraremos en días más. Si tenemos el privilegio de conmemorar el reencuentro de pueblo y ciudad, de Israel y Yerushalaim, debemos reconocer nuestra deuda con cien generaciones de judíos y judías que desde el año 70 han sido soñadores, idealistas impracticables, poseedores de visiones imposibles de ejecutar; judíos que se volvían a Yerushalaim tres veces al día en oración; que cuando comían pan daban gracias a Dios por el pan y por Yerushalaim; que mencionaban Yerushalaim cuando ayunaban y cuando festejaban; que traían en vida paquetitos de polvo de Yerushalaim
para llevarlo consigo en sus ataúdes en su largo viaje a la eternidad; que se levantaban a medianoche para el tikun jatzot[9], para lamentarse por Yerushalaim, y en cada ocasión feliz prometían volver allí.

Si hoy vivimos en Yerushalaim, es gracias a esos visionarios poco sofisticados que querían al menos morir en ella.  

Si podemos reír alegremente – “az yimalei sejok pinu“, “entonces se nos llenará la boca de risa” (Salmos 126:2), es en gran medida obra de aquellos que no se dieron cuenta de lo irrelevantes que eran, de lo imposible de sus sueños, y que rezaron para volver allí, atreviéndose y
desafiando y arriesgándose así a la risa burlona de legiones de personas prácticas que simplemente “sabían” que estábamos acabados, y que Yerushalaim nunca volvería a ser una ciudad judía.

Sólo gracias a generaciones de novios que concluían cada boda rompiendo un vaso, cuyos fragmentos rotos recordaban el jurbán habayit (la
destrucción de Yerushalaim), y proclamando: “Si me olvido de ti, oh Yerushalaim, que falle mi diestra” (Salmos 137:5), hoy podemos desafiar al mundo entero, al Este y al Oeste, y decir: Nunca más nos separaréis de Yerushalaim. El Día de Yerushalaim es un homenaje a esta especial marca judía de impracticabilidad e irrelevancia.

Marca no menos menor que la de nuestra presencia en la Tierra de Israel, que nuevamente es cuestionada por muchas naciones y que atrae sobre sí el odio de los criminales y asesinos que buscan acabar con cada judío no solo aquí sino en todo el mundo.

Entonces, ¿”ma inyan shemitá etzel Har Sinai“? – ¿Cuál es la asociación o conexión entre las leyes sabáticas y el Monte Sinaí? Primero, es para decirnos que no todo tiene por qué ser relevante; segundo, que no todo lo que parece irrelevante lo es realmente; y tercero, que lo que hoy es irrelevante puede ser el hecho más importante de la vida mañana. Esta lección también forma parte de la herencia del Sinaí. De hecho, sin ella todo lo demás está en peligro. Con ella, todo lo demás prevalecerá también, bimheira beyameinu, rápidamente en nuestros días.

Cuando estudiamos los textos bíblicos y talmúdicos debemos hacer prevalecer sobre la linealidad de las letras la proyección de las ideas que están detrás de las normas. La filosofía de las mitzvot, su razón de ser y su objetivo. Y permitir el sueño de aquellas fracciones que parecen intricadas, porque ya hemos aprendido duramente que no hay letra que no tenga significado ni profecía que no se pueda cumplir.

Así como pasamos en estos días tantas penurias, estamos seguros que podremos festejar lo que parece lejano e imposible.

Al igual que nuestros abuelos, cuando oyeron los preceptos que se cumplen en el territorio de Israel, sin que nadie de ellos la hubiera visto
previamente, también nosotros presenciaremos la redención inminente.

Entonces nuestra boca se llenará de sonrisas

nuestra lengua de canciones

Los otros pueblos dirán

“El Señor ha hecho maravillas por ellos”.


[1] El año sabático –shemitá– literalmente “liberación”, también llamado sheviit,  lit. “séptimo”, es el séptimo año del ciclo agrícola de siete años ordenado por la Torá en la Tierra de Israel. Durante shemitá, la tierra se deja en barbecho y toda actividad agrícola, incluyendo arar, plantar, podar y cosechar, está prohibida. Otras técnicas de cultivo (como regar, abonar, escardar, fumigar, podar y segar) sólo pueden realizarse como medida preventiva, no para mejorar el crecimiento de los árboles u otras plantas. Además, cualquier fruta o hierba que crezca por sí misma y que no se vigile se considera hefker (sin dueño) y puede ser recogida por cualquiera. También se aplican diversas leyes a la venta, el consumo y la eliminación de los productos de shemitá. También se remiten las deudas.

[2] Yehudá Amital (1924-2010) fue un rabino ortodoxo, Rosh Yeshivá de Yeshivat Har Etzion y miembro del gabinete israelí. Se le atribuye la creación del concepto de Yeshivá Hesder cuando tras escribir un ensayo sobre los aspectos religiosos y morales del servicio militar, ideó un programa para combinar el servicio militar y el estudio de la Torá.

[3] Yovel, año de Jubileo, es un concepto de la Torá. Se observa una vez cada 50 años y sigue siete ciclos de años sabáticos, que son períodos de siete años. Así, después de 49 años (7 ciclos de 7), el año 50 es el año Yovel. Durante el año Yovel, ocurren varios acontecimientos significativos: se supone que la tierra vuelve a sus propietarios originales, y cualquier tierra que se hubiera vendido durante los 49 años anteriores volvería a la familia que la poseía originalmente. Los siervos son liberados de la servidumbre. Se perdonan algunas deudas, lo que permite restablecer las relaciones financieras entre el pueblo. El año Yovel está marcado por el sonido del shofar (una trompeta de cuerno de carnero) en Yom Kipur, que señala la libertad en toda la tierra. Este año era también un recordatorio de que la tierra pertenece en última instancia a Dios, y las personas son meros administradores de ella. 

[4] El Maharal (acrónimo hebreo de “Morenu harav Loew”, ‘Nuestro maestro, el rabino Loew’) fue un importante erudito talmúdico, místico, matemático, astrónomo y filósofo que, durante la mayor parte de su vida, ejerció como rabino principal en las ciudades de Mikulov, en Moravia, y Praga, en Bohemia.

[5]  Norman Lamm (1927 – 2020) fue un rabino ortodoxo moderno, académico, académico, autor y líder de la comunidad judía. Fue discípulo del rabino Joseph B. Soloveitchik (uno de los eruditos modernos más influyentes de la ortodoxia), quien lo ordenó en el Seminario Teológico Rabino Isaac Eljanan, la escuela rabínica de la Yeshiva University en 1951.

[6]  Un lecho (o cama) de Procusto es una norma arbitraria para la que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica también a aquella falacia pseudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad, para que se adapten a la hipótesis previa.

[7] Talmud de Jerusalén, Rosh Hashaná 3:5.

[8] De “tiempo” a “espacio”.

[9] Tikún Jatzot, es una oración que se recita después de medianoche como expresión de duelo y lamento por la destrucción del Templo de Jerusalén. Es popular entre los judíos sefardíes y jasídicos. Los sabios talmúdicos escribieron que todo judío debe llorar la destrucción del Templo. El origen del tiempo de medianoche para la oración y el estudio está en el Salmo 119:62, atribuido a David: “A medianoche me levantaré para darte gracias.” Se dice que David se conformaba con sólo “sesenta respiros de sueño” (Sucot 26b), y que se levantaba a rezar y estudiar la Torá a medianoche. 

El segundo punto es que a veces lo aparentemente remoto contiene dimensiones muy significativas y muy reales, pero es nuestra visión estrecha y nuestra comprensión restringida lo que no nos permite exponer estas oscuras percepciones.  

No debemos olvidar la necesidad de buscar bajo la superficie del judaísmo enseñanzas que son eminentemente pertinentes.

En tercer lugar, debemos orientarnos hacia el futuro. Debemos tener fe en que lo que ahora es genuinamente irrelevante puede llegar a ser algún día más relevante y significativo como resultado de nuestra capacidad para seguir adelante heroicamente a pesar de la irrelevancia y la impracticabilidad actuales. Lo que hoy parece visionario puede resultar indispensable para las necesidades reales de mañana.

Los rabinos solían decir: “Las palabras de la Torá y de los Sabios son escuetas, breves, concisas, sucintas, precisas y lacónicas en un lugar (bimkom zé) y ricas, detalladas, minuciosas, puntillosas en otro (bimkom ajer)[7]“. Con esto querían decir que, a veces, el texto de la Torá puede parecer muy estrecho y superficial, y enseñar muy poco. Sólo cuando lo comparamos con otro texto, en otro contexto, podemos apreciar cuán genuinamente profundo y perspicaz es en realidad. Me gustaría parafrasear ese pasaje, cambiando de “makom” a “zeman[8] – así: A veces ocurre que las palabras de la Torá en una época pueden parecer escuálidas e insignificantes; sólo más tarde, en otra época, las mismas palabras se revelan como poseedoras de una riqueza indecible de perspicacia y enseñanza. 

Tomemos uno de muchísimos ejemplos: la esperanza de Yerushalaim, cuyo aniversario de liberación celebraremos en días más. Si tenemos el privilegio de conmemorar el reencuentro de pueblo y ciudad, de Israel y Yerushalaim, debemos reconocer nuestra deuda con cien generaciones de judíos y judías que desde el año 70 han sido soñadores, idealistas impracticables, poseedores de visiones imposibles de ejecutar; judíos que se volvían a Yerushalaim tres veces al día en oración; que cuando comían pan daban gracias a Dios por el pan y por Yerushalaim; que mencionaban Yerushalaim cuando ayunaban y cuando festejaban; que traían en vida paquetitos de polvo de Yerushalaim
para llevarlo consigo en sus ataúdes en su largo viaje a la eternidad; que se levantaban a medianoche para el tikun jatzot[9], para lamentarse por Yerushalaim, y en cada ocasión feliz prometían volver allí.

Si hoy vivimos en Yerushalaim, es gracias a esos visionarios poco sofisticados que querían al menos morir en ella.  

Si podemos reír alegremente – “az yimalei sejok pinu“, “entonces se nos llenará la boca de risa” (Salmos 126:2), es en gran medida obra de aquellos que no se dieron cuenta de lo irrelevantes que eran, de lo imposible de sus sueños, y que rezaron para volver allí, atreviéndose y
desafiando y arriesgándose así a la risa burlona de legiones de personas prácticas que simplemente “sabían” que estábamos acabados, y que Yerushalaim nunca volvería a ser una ciudad judía.

Sólo gracias a generaciones de novios que concluían cada boda rompiendo un vaso, cuyos fragmentos rotos recordaban el jurbán habayit (la
destrucción de Yerushalaim), y proclamando: “Si me olvido de ti, oh Yerushalaim, que falle mi diestra” (Salmos 137:5), hoy podemos desafiar al mundo entero, al Este y al Oeste, y decir: Nunca más nos separaréis de Yerushalaim. El Día de Yerushalaim es un homenaje a esta especial marca judía de impracticabilidad e irrelevancia.

Marca no menos menor que la de nuestra presencia en la Tierra de Israel, que nuevamente es cuestionada por muchas naciones y que atrae sobre sí el odio de los criminales y asesinos que buscan acabar con cada judío no solo aquí sino en todo el mundo.

Entonces, ¿”ma inyan shemitá etzel Har Sinai“? – ¿Cuál es la asociación o conexión entre las leyes sabáticas y el Monte Sinaí? Primero, es para decirnos que no todo tiene por qué ser relevante; segundo, que no todo lo que parece irrelevante lo es realmente; y tercero, que lo que hoy es irrelevante puede ser el hecho más importante de la vida mañana. Esta lección también forma parte de la herencia del Sinaí. De hecho, sin ella todo lo demás está en peligro. Con ella, todo lo demás prevalecerá también, bimheira beyameinu, rápidamente en nuestros días.

Cuando estudiamos los textos bíblicos y talmúdicos debemos hacer prevalecer sobre la linealidad de las letras la proyección de las ideas que están detrás de las normas. La filosofía de las mitzvot, su razón de ser y su objetivo. Y permitir el sueño de aquellas fracciones que parecen intricadas, porque ya hemos aprendido duramente que no hay letra que no tenga significado ni profecía que no se pueda cumplir.

Así como pasamos en estos días tantas penurias, estamos seguros que podremos festejar lo que parece lejano e imposible.

Al igual que nuestros abuelos, cuando oyeron los preceptos que se cumplen en el territorio de Israel, sin que nadie de ellos la hubiera visto
previamente, también nosotros presenciaremos la redención inminente.

Entonces nuestra boca se llenará de sonrisas

nuestra lengua de canciones

Los otros pueblos dirán

“El Señor ha hecho maravillas por ellos”.


[1] El año sabático –shemitá– literalmente “liberación”, también llamado sheviit,  lit. “séptimo”, es el séptimo año del ciclo agrícola de siete años ordenado por la Torá en la Tierra de Israel. Durante shemitá, la tierra se deja en barbecho y toda actividad agrícola, incluyendo arar, plantar, podar y cosechar, está prohibida. Otras técnicas de cultivo (como regar, abonar, escardar, fumigar, podar y segar) sólo pueden realizarse como medida preventiva, no para mejorar el crecimiento de los árboles u otras plantas. Además, cualquier fruta o hierba que crezca por sí misma y que no se vigile se considera hefker (sin dueño) y puede ser recogida por cualquiera. También se aplican diversas leyes a la venta, el consumo y la eliminación de los productos de shemitá. También se remiten las deudas.

[2] Yehudá Amital (1924-2010) fue un rabino ortodoxo, Rosh Yeshivá de Yeshivat Har Etzion y miembro del gabinete israelí. Se le atribuye la creación del concepto de Yeshivá Hesder cuando tras escribir un ensayo sobre los aspectos religiosos y morales del servicio militar, ideó un programa para combinar el servicio militar y el estudio de la Torá.

[3] Yovel, año de Jubileo, es un concepto de la Torá. Se observa una vez cada 50 años y sigue siete ciclos de años sabáticos, que son períodos de siete años. Así, después de 49 años (7 ciclos de 7), el año 50 es el año Yovel. Durante el año Yovel, ocurren varios acontecimientos significativos: se supone que la tierra vuelve a sus propietarios originales, y cualquier tierra que se hubiera vendido durante los 49 años anteriores volvería a la familia que la poseía originalmente. Los siervos son liberados de la servidumbre. Se perdonan algunas deudas, lo que permite restablecer las relaciones financieras entre el pueblo. El año Yovel está marcado por el sonido del shofar (una trompeta de cuerno de carnero) en Yom Kipur, que señala la libertad en toda la tierra. Este año era también un recordatorio de que la tierra pertenece en última instancia a Dios, y las personas son meros administradores de ella. 

[4] El Maharal (acrónimo hebreo de “Morenu harav Loew”, ‘Nuestro maestro, el rabino Loew’) fue un importante erudito talmúdico, místico, matemático, astrónomo y filósofo que, durante la mayor parte de su vida, ejerció como rabino principal en las ciudades de Mikulov, en Moravia, y Praga, en Bohemia.

[5]  Norman Lamm (1927 – 2020) fue un rabino ortodoxo moderno, académico, académico, autor y líder de la comunidad judía. Fue discípulo del rabino Joseph B. Soloveitchik (uno de los eruditos modernos más influyentes de la ortodoxia), quien lo ordenó en el Seminario Teológico Rabino Isaac Eljanan, la escuela rabínica de la Yeshiva University en 1951.

[6]  Un lecho (o cama) de Procusto es una norma arbitraria para la que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica también a aquella falacia pseudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad, para que se adapten a la hipótesis previa.

[7] Talmud de Jerusalén, Rosh Hashaná 3:5.

[8] De “tiempo” a “espacio”.

[9] Tikún Jatzot, es una oración que se recita después de medianoche como expresión de duelo y lamento por la destrucción del Templo de Jerusalén. Es popular entre los judíos sefardíes y jasídicos. Los sabios talmúdicos escribieron que todo judío debe llorar la destrucción del Templo. El origen del tiempo de medianoche para la oración y el estudio está en el Salmo 119:62, atribuido a David: “A medianoche me levantaré para darte gracias.” Se dice que David se conformaba con sólo “sesenta respiros de sueño” (Sucot 26b), y que se levantaba a rezar y estudiar la Torá a medianoche.