En este shabat, cuando finalizamos la lectura del libro Vaikrá, nos encontramos con uno de los pasajes más aterradores de las Escrituras: la Tojejá. Tan terrible es su texto que es costumbre leerlo en voz baja y para la lectura se convoca al lector o al rabino, para evitar que quien debe bendecir por la lectura deba oír de cerca tan terribles amenazas. 

“Si a pesar de todo esto no me obedecen, sino que proceden con hostilidad contra mí, entonces yo procederé con hostilidad airada contra ustedes, y yo mismo les castigaré siete veces por vuestros pecados” …  La historia nos enseñó que esas amenazas se hicieron realidad. Simplemente es difícil transitar por el camino de la santidad que exige la Torá, pero cuando se logra, se llega a las mayores alturas espirituales imaginables. El pueblo judío ha tenido una cuota de sufrimientos y persecuciones mayor que la de cualquier otra nación sobre la tierra. Ser “un reino de sacerdotes y una nación santa” – fue y sigue siendo una opción y una estrategia que, si bien no siempre supimos cumplir íntegramente, aún forma parte integral de nuestra visión como pueblo y como individuos creyentes en la ética que surge de la Torá. 

Al final de la lectura, recibimos la promesa de la esperanza: “Sin embargo, a pesar de esto, cuando estén en la tierra de sus enemigos no los desecharé ni los aborreceré tanto como para destruirlos, quebrantando mi pacto con ellos, porque yo soy el Eterno su Di-os”.

El profeta Jeremías (31), que previó el desastre inminente para nuestro pueblo, pudo ver y anunciar que: “En aquel tiempo, dijo el Señor, que seré por Di-os a todos los linajes de Israel, y ellos me serán a mí por pueblo… El Eterno se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia…Aún te edificaré, y serás edificada… todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en corro de danzantes… Aún plantarás viñas en los montes de Samaria; plantarán los plantadores, y harán común uso de ellas. Porque habrá día en que clamarán los guardas en el monte de Efraín: Levántense, y subamos en Sión, al Eterno nuestro Di-os. Porque así dijo el Eterno: Regocíjense en Yaakov con alegría, y den voces de júbilo a la cabeza de los gentiles; hagan oír, alaben, y digan: Eterno, salva tu pueblo, el remanente de Israel”.

Durante largos períodos de la historia percibimos dolorosamente el cumplimiento de las intimidaciones como inminentes y reales, pero pese al sufrimiento indescriptible, nunca terminamos de perder la esperanza en el favor divino.

Así como se cumplieron las amonestaciones y reprensiones, las maldiciones y los juramentos, podemos lograr ver ante nuestros ojos, las promesas de gratificación y premio, de construcción y resurgimiento hasta la redención. Por ello, pese a la Tojejá, cuando finalizaremos la lectura de Vaikrá, una vez más podremos sonreír al recordar el Pacto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *