Cuando al releer la parashá de esta semana, me encontré con los miluim, la consagración de los Sacerdotes para su servicio en el Templo, o pude evitar asociar la Escritura con la actualidad.

Además de las diversas ceremonias que debían realizarse, se ordenó que los cohanim no debían salir de la puerta de la tienda de reunión durante siete días. Cuando Moshé les dijo a Aharón y a sus hijos: “Como se ha hecho en este día, el Señor os ha ordenado hacer para expiaros”, estaba indicando que habría otras ocasiones que requerirán un período de siete días de residencia en el Beit Hamikdash, similar al período de consagración de una semana de los cohanim. Por ejemplo, antes de Yom Kipur, el cohen gadol debía pasar siete días en una cámara llamada lishcat parhedrin.

El término parhedrín se refería a un funcionario romano que era nombrado para un cargo por un mandato de un año.En 

Masejet Yoma (10a), la guemará enseña que, aunque en general no se exigían mezuzot en las jambas del Beit Hamikdash, porque no era un lugar de residencia, la lishkat parhedrin, donde vivía el cohen gadol durante la semana anterior a Yom Kipur, sí la requería. 

Enseñanza que es difícil de comprender en una primera lectura.

Según Rabí Yehudá, se colocaba una mezuzá en el dintel de esta cámara “para que no se diga que el cohen gadol está javush beveit haasurim“, es decir, “encarcelado en prisión”. 

La mezuzá era necesaria para que lishkat parhedrin pareciera un lugar de residencia, ya que, de lo contrario, la gente podría compadecerse del cohen gadol y considerarlo “encarcelado” durante esos siete días.

El rabino Dr. Norman Lamm observó el sorprendente contraste entre la experiencia del cohen gadol durante esa semana y la temida percepción pública de esa experiencia.

La gente no siempre entiende que lo que ve no tiene nada que ver con la realidad.

Según el rabino Yehudá, de no ser por la mezuzá, la gente habría confundido la semana que pasaba el sumo sacerdote en el lishkat parhedrin con una especie de encarcelamiento. El cohen gadol se estaba preparando para el mayor privilegio al que nadie podía aspirar: realizar el servicio especial de Yom Kipur, cuando entraría en la cámara interior del Beit Hamikdash y obtendría la expiación en nombre de la nación. Esto marcaba el pináculo de su “carrera”, el momento sublime que esperaba durante todo el año con gran expectación.

Sin embargo, para los que estaban fuera, el cohen gadol podía parecer “encarcelado”, atrapado durante siete días en una habitación, en un estado de cautiverio en el que se le negaba la libertad y se le privaba de la alegría. Si eres un extraño que mira, si eres un espectador, nunca podrás experimentar lo que advierte el que está dentro: las sutiles alegrías, los placeres cotidianos, la sensación de novedad y renacimiento. Vistos desde fuera, los Sacerdotes parecen prisioneros, cuando en realidad son los príncipes del Señor. Desde fuera, todo lo que uno puede ver es al Sumo Sacerdote javush beveit haasurim, encarcelado; mientras que el Sumo Sacerdote como el que está dentro experimenta la sensación de estar – como dice la Torá… “ante el Señor” – una rara oportunidad para una conciencia ennoblecedora y elevadora de la inefable Presencia de Dios.

Una parábola del Baal Shem Tov nos dice que el que mira a una habitación desde la calle, más allá de las ventanas insonorizadas, no ve ni oye a los músicos que están a un lado; sólo ve a la gente contoneándose como si estuvieran locos. Dentro, los bailarines oyen la música y responden con el ritmo alegre de todo su cuerpo. Pero él, el forastero, sólo ve gesticulaciones sin sentido y lo que le parecen extrañas convulsiones de dementes. Esta tendencia a ser un extraño es un hecho de la vida actual en general. Los pensadores sociales, desde psicólogos y sociólogos hasta filósofos, comentan regularmente el fenómeno de la alienación que afecta a todos los aspectos del pensamiento y la actividad del hombre contemporáneo. Hoy sabemos más que nunca, pero entendemos menos. Nos hemos convertido en diletantes de la estadística que venden cifras, pero son ajenos a las experiencias más profundas de la vida; y no logran zambullirse en los misterios de la vida. Y ¡qué excéntrica y distorsionada es la visión del perpetuo extraño!

Así estamos en la mitad de esta guerra.

Por lo menos en los primeros días no faltó algún observador que supuso que los israelíes desplazados de sus hogares estaban pasando momentos felices en los hoteles en los que se vieron obligados a refugiarse.

Cuando fuimos a visitar a amigos en Eilat, nos vimos conmovidos por la tristeza que las bellas instalaciones, otrora ocupadas por turistas despreocupados, transmitían cuando los residentes se encontraban en la ajenidad obligada, lejos de sus hogares, sin trabajo, y sus hijos aburridos quitados de su medio natural y sus escuelas. Hasta las mascotas que llevaron consigo no encontraron su espacio y se volvieron hurañas y ariscas.

Hasta la comida de los restaurantes había perdido su gusto…

Por fuera eran los mismos hoteles. Incluso cuando el personal trataba a los residentes con empatía y diligencia no pueden —la mayoría todavía está en distintos lugares de Israel ocupando residencias ajenas— ser paliativos a la situación.

Oí apenas dos días un terrible programa de la televisión israelí que encaja en el mismo razonamiento de distorsión de la realidad. Un representante del mundo jaredí se oponía al reclutamiento de los alumnos de las yeshivot del sector por temor a que regresen “cambiados” por el experiencia militar. Se refería a sus aprensiones que, frente a la convivencia con jóvenes que no observan los preceptos de la Torá de la misma manera y se visten siguiendo otra moda, se pierdan al no saber conservar el modelo al que estaban acostumbrados. Ante la misma pantalla, habló un señor que habló de los “cambios” de sus hijos y de quienes se encuentran en el frente. “Mis hijos cambiaron y yo también, pues regresé del frente cambiado… perdí allí uno de mis ojos, jóvenes de mi familia regresaron cambiados por las heridas que les mutilaron manos y pies, y por el trauma y el post-trauma”.

No hay donde poner mezuzot para que el observador no involucrado vea la realidad. No hay manera de que aquellos que se oponen a que sus hijos y sus alumnos sirvan a la población y salven la vida de quienes ellos eventualmente podrían defender perciban que, en el mejor de los casos, se autoengañan y en el peor, tratan de manipular a la opinión pública con argumentos que no se pueden sostener por mejor sea la buena voluntad de quienes lo intenten.

Lo mismo sucede con los antisemitas y los anti-israelíes que no alcanzan a ver lo que el Hamás ha provocado con su accionar contra nuestro país y sus socios cercanos y lejanos rápidamente borraron de sus memorias de tan corto alcance que así pueden elevar las banderas de los asesinos como si fueran libertarios y bajar las de las víctimas a las que acusan de victimarios.  

Hace ya muchos años, el Rav Lamm observó que los contrastes que modelan la percepción errónea que muchos forasteros tienen de lo que ven cuando nos observan. Cuando judíos comprometidos, al igual que el cohen gadol, parecemos estar “atrapados” y sofocados, mantenidos en “cautiverio” por las numerosas obligaciones y prohibiciones a las que estamos sujetos. Es probable que los de fuera nos vean como si viviéramos en una “prisión”, incapaces de experimentar la libertad y la alegría. En realidad, sin embargo, nosotros, como el cohen gadol, saboreamos y celebramos el privilegio que tenemos de vivir al servicio de Dios. En particular, cuando cada uno desde su lugar hace lo imposible para defender a la población de la guerra que nos acosa desde tantos frentes simultáneamente.

Parafraseando lo que escribiera hacer muchos años el Rav Lamm, podemos decir qué “divertido” y a la vez qué trágico tener que explicar que observamos la Torá y cumplimos con nuestra obligación ciudadana, no porque seamos javushim beveit haasurim, no porque los padres o los maestros nos obliguen o las circunstancias nos coaccionen o por hábito de miedo o necesidad, sino porque amamos y deseamos vivir una vida judía significativa… en nuestra propia tierra.

En medio de su discusión, el Rav Lamm nos pidió que coloquemos una “mezuzá” en el “lishkat parhedrin”, para mostrar e informar a los de fuera de que el estilo de vida judío no es una “prisión”, sino más bien una fuente de profunda alegría y plenitud. En lugar de ignorar la percepción errónea cuidando nuestras obligaciones como cautiverio, deberíamos esforzarnos por expresar la gratificación especial y la satisfacción que experimentamos, y dar a conocer cómo el compromiso con nuestro judaísmo mejora nuestras vidas, dándoles significado, un sentido de propósito y auténtica felicidad.  

Más notable que este raro ejemplo de preocupación por la opinión de las masas ignorantes, es la enorme diferencia entre los hechos reales y las impresiones distorsionadas. Algunas inocentes y otras perversas y llenas de odio.

Un público no instruido, que no puede emanciparse de sus prejuicios mezquinos y prosaicos, llega a la extraña conclusión que debe huir del compromiso porque como en aquel entonces ven al Sumo Sacerdote ocupado en los insignificantes detalles normales de sus propias vidas triviales, sin entrar ni salir, sin prisas para ir al trabajo ni pausas para el café, sin entretenimiento ni lujos, entrenándose con entrega y sacrificio por el otro.

La respuesta, al parecer, depende de cómo se contemple el santuario del judaísmo: como alguien de dentro o como alguien de fuera.

Si observas el Santuario desde el punto de vista de una persona de dentro, obtienes una visión totalmente diferente a la de una persona de fuera. Si eres un observador externo, un espectador, nunca podrás experimentar lo que experimenta un observador interno: las sutiles alegrías, los placeres cotidianos, la sensación de novedad y renacimiento. Vistos desde fuera, los soldados parecen prisioneros, cuando en realidad son la vanguardia que nos permite la libertad. Tienen una rara oportunidad para una conciencia ennoblecedora y elevadora de la solidaridad y la inefable Presencia Divina.

Pero esto no lo puede saber un forastero, como tampoco puede saber la emoción que experimenta el que está dentro, esa alegría de la participación en una causa humana que penetra hasta la médula de los huesos.

De hecho, en todos los ámbitos de la vida, el forastero sólo ve tamaño y número en lugar de contenido y calidad, lo convencional en lugar de lo moral, lo que está de moda en lugar de lo que es realmente digno, opiniones en lugar de ideas.

Se aparta, como el rashá de entre los cuatro hijos de la Hagadá que leemos en el seder de Pesaj, del colectivo judío.

Lamm decía que, para evitar esta conclusión falaz y engañosa sobre la vida judía, para evitar que la gente piense que somos prisioneros en una cárcel llamada judaísmo, debemos fijar la mezuzá. Es decir, debemos hacer todo lo posible para informar a los que hasta ahora no han estado expuestos a la vida judía, los forasteros, de la calidad particular de las experiencias judías. que salimos a defendernos de nuestros enemigos con nuestra energía, con nuestro pensamiento y con nuestra acción.

A quienes no han compartido la vida de los desplazados del norte y del sur de país, invitarles a estar con esas personas y hacer todo lo posible para que la gente pueda regresar cuanto antes a sus hogares y si ya no están en pie ayudar a reconstruirlas.

A los agricultores que no tienen mano de obra para seguir sus labores, salir a los campos a sustituir voluntariamente así sea algunas horas por semana para salvar las cosechas y para permitir que los productos agrícolas lleguen al consumidor.

A los jóvenes que hasta ahora sus líderes políticos han apartado de servir la mitzvá de salvar la vida y luchar en una guerra impuesta obligada a participar por la Torá, revelarles la verdad y permitirles pasar por la experiencia tan difícil y tan completa de la vida. Su mejor mezuzá será la acción y la participación.

Brujim habaim beshem Hashem, Bienaventurados los que vienen en nombre del Señor, buscando al Señor. Desde la casa del Señor los bendecimos.

1 Comment

  • Grace Nehmad, 28 marzo, 2024 @ 12:27 am Reply

    Saber elevarse, retraerse e interpretar

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