La segunda parte de parashat Shemini, se une a las dos que leemos esta semana, al presentarnos un detallado listado de acciones y productos hacia los que nos debemos relacionar si deseamos alcanzar la categoría de observantes de las mitzvot o, en otras palabras, servidores de D-os que reciben el Yugo Divino y el Yugo de los Preceptos. Esta relación deriva de aspectos del hombre como ser biológico, necesitado de proveer sus necesidades y que para ello desarrolla todas sus habilidades, deseos, y las fuerzas que posea desde la Creación. Sólo que, en el judaísmo, esa satisfacción de necesidades, reales o ficticias, suficientes o sobrantes, tienen límites, descritos casi hasta el cansancio por su meticulosidad.

Ese listado de mitzvot no es fácil de cumplir. Llega al extremo que, por ejemplo, en nuestros días, cuando muchos ya decidieron abstenerse de consumir productos expresamente prohibidos, disfrazan algunos de los permitidos con las formas, olores, sabores y nombres de los no aptos para nuestro consumo. Creen que así cumplen la mitzvá pero, internamente desean convencerse de su trasgresión.

En parashat Tazria y en el contexto de la mitzvá de la circuncisión y también con escuetas y puntuales palabras, la Torá nos presenta la fecundidad del hombre y la mujer, los nueve meses del embarazo y el nacimiento. Tema que es fundamental en nuestra existencia como seres humanos, y en la norma primordial para poder ser un pueblo.

Rabí Eliezer nos enseña: ‘Tal como la casa tiene puertas, también la mujer las tiene. Así está escrito (Job 3:10) “Pues no cerró el vientre de mi madre”, Rabí Yehoshúa dice, ‘Tal como la casa tiene llaves, también las tiene la mujer’, pues así está escrito en Bereshit 30, “Y D-os le oyó (a Rajel), y le abrió su matriz”. Dijo Rabí Akiva, ‘Así como la casa tiene pivotes, así los tiene la mujer’, ya que está escrito que cuando la esposa de Pinjás estaba próxima a dar a luz y supo que sido capturado el arca de D-os y le vinieron los dolores del parto, “se le dieron vuelta los pivotes”’ (Ver las palabras hebreas de I Samuel 4:19) (Según Midrash Rabá, Tazria, parashá 14).

El midrash citado relaciona a la mujer y a la matriz como una casa, el cálido hogar donde los seres humanos se alojan durante los meses del embarazo sin sufrir de hambre ni de sed, de frío ni de calor, acompasados por su compás, movidos por su movimiento, adormilados por su musicalidad y activos con su actividad, para salir a un mundo cruel al que seguramente no deseaban enfrentar. Mundo en el cual rige la ley de la gravedad, en el que no hay líquido amniótico, en el que cruelmente se corta el cordón umbilical. Mundo que necesita nuevamente de los cálidos brazos de la madre, que lo consolarán en su dolor, y le darán parte del calor perdido, que le alimentarán y le llevarán el susurro y el canto de cuna de su identidad. Nuevamente, su hogar es la mujer, la continuidad de su cuerpo y su alma. Pero un buen día se cumple el “que el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Bereshit 2:24) y su conducta es regida por el tiempo biológico: menstruación, ovulación, fecundación, embarazo, nacimiento. Tiempo que provoca, según nuestras normas, círculos en espiral de acercamientos y alejamientos que parecen infinitos.

“Cuando una mujer conciba y dé a luz un niño, quedará impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su menstruación.  Al octavo día, el niño será circuncidado… Si da a luz una niña, la madre quedará impura durante dos semanas”… (Vaikrá 12, 2-5), nos dice la Torá y los sabios se encargaron de interpretar y de reglamentar.

Así son los ciclos de la vida.

Los mismos que permiten que la mujer viva el tiempo siguiéndolos y el hombre aprendiéndolos con el calendario que le traerá señales de las fechas con mitzvot a los que él está obligado y la mujer sólo invitada a guardar. Ella es el hogar del judaísmo al que los hombres están invitados. 

En el inicio de la parashá, casi desapercibida, aparece, como dijimos, la prescripción de llevar a cabo el brit milá. El tema del brit milá fue tratado ya en Bereshit 17: 9, pero adquiere valor normativo recién en nuestra parashá, y en un texto de tan pocas palabras. 

La guemará en Nedarim 31 b nos dice que “la mitzvá de brit milá es tan importante que si no fuera por ella, el universo no se hubiera creado” y en Ein Yaacov sobre el mismo folio leemos que la milá equivale a todas las otras mitzvot, dicho que le brinda una posición de excelencia que comparte con sólo un puñado de mitzvot más. 

En el midrash Bereshit Rabá leemos una explicación a la circuncisión colectiva llevada a cabo por Yehoshúa antes de ingresar al pueblo judío a la tierra de Israel, cuando nos dice: ‘Si tus hijos cumplen con la mitzvá, ingresarán a la tierra de Israel y en caso contrario no lo harán’ (B. Rabá 46). Así lo relata Yehoshúa: En aquel tiempo, H’ le dijo a Yehoshúa: «Prepara cuchillos de pedernal, y vuelve a practicar la circuncisión…». Realizó la ceremonia porque aquellos que estaban en edad militar después de salir de Egipto ya habían muerto en el desierto. Todos ellos habían sido circuncidados, pero no los que nacieron en el desierto mientras el pueblo peregrinaba después de salir de Egipto. En el deambular por el desierto durante cuarenta años, murieron todos los varones en edad militar. A los hijos de éstos, a quienes D-os puso en lugar de ellos, los circuncidó Yehoshúa, quitándoles de encima el oprobio de Egipto, dice el texto casi con estas palabras. 

Los judíos que iban a ingresar con Yehoshúa eran adultos, y dieron su consentimiento porque sabían que si no pasaban por esa prueba no ingresarían al pacto y si no formaran parte del mismo no tendrían derecho de ingresar a Israel. En nuestros días, el consentimiento por el brit milá que un niño que ocho días no puede expresar, se obtiene retroactivamente cuando el padre, cumple con el mandamiento de quitar el prepucio a su hijo. Sólo aquellos que siguiendo ciertas modas se abstienen de hacerlo, expresan su protesta retroactiva por el brit al que los ingresaron y así salen del Pacto. Ya no ingresarán a la Tierra de Israel, ya no desean ser considerados hijos de Abraham, buscarán otras madres, otros cariños, otras protecciones.

Para ingresar al Hogar Nacional había que cortar los prepucios de quienes estaban esclavizados a los bienes materiales de Mitzraim, como para ingresar a la vida, hay que cortar el cordón umbilical del dulce hogar y arriesgarse al frío, al hambre y a la sed, para ser recibidos en las cálidas manos de la Madre, en las gigantescas manos de la Shejiná.

Los hijos del Pacto tienen límites en sus conductas y en sus satisfactores, ese es el precio de pertenecer, pero esa es también la ventaja que, como parte del pueblo, les permitió llegar hasta el día de hoy. Con esa conducta, garantizan también su futuro, el mismo que construirán con sus propios cuerpos, con sus propios tiempos, con su propia Ley. 

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