Nuestros profetas hicieron referencia a la ceremonia ritual de la ablución de las manos diciendo: Yeshayahu nos muestra que el mostrar las manos, como parte de piedad en oración no es deseado por Dios: “Y cuando ustedes extienden las palmas de las manos, escondo de ustedes los ojos. Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han llenado de derramamiento de sangre. Lávense; límpiense; quiten la maldad de sus tratos de enfrente de mis ojos; cesen de hacer lo malo” (1:15-16). Antes hay que quitarse toda la inmundicia. Yrmiahu a su vez nos dice “‘Pero aunque hicieras el lavado con álcali corrosivo y tomaras para ti grandes cantidades de lejía, tu error ciertamente sería una mancha delante de mí’, es la expresión del Señor…” (2:22). Como que con el correr del tiempo el ceremonial fue vaciado de sentido y se convirtió en una simulación de pureza y santidad que los profetas denunciaron con las palabra más claras que tenían a su alcance, expresando su propia repulsión y rechazo por esas alharacas de quienes debían asumir toda la responsabilidad frente al pueblo.
Los exégetas clásicos, después de acordar que no se trata de sospechar sobre la culpabilidad de los políticos en forma directa, discutieron si las autoridades, los ancianos y los jueces, que tienen una responsabilidad por toda la comunidad fueron ordenados a llevar a cabo esta ceremonia porque son culpables respecto a la víctima del crimen o frente al victimario, a quien quizás hubieran podido alejar a tiempo del camino del mal. Marcaron con claridad que existe responsabilidad aunque la misma no sea directa.En nuestros días, cuando la criminalidad no disminuye y nos encontramos con asesinos tan precoces que algunos apenas han finalizado los estudios primarios, cabe preguntarse nuevamente cuál debería ser la responsabilidad de los “jueces y oficiales” que tal como lo ordenan los primeros versículos de la lectura de este shabat se deben instalar “en todas tus puertas que .A. tu Dios te va a dar” para “juzgar al pueblo con juicio justo”, sin “pervertir el juicio”, sin ser “parcial(es) ni aceptar soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y tuerce las palabras de los justos”.
Parece más que claro que la responsabilidad de los gobernantes hacia el pueblo es muy grande, aunque no excluye, por cierto, la de cada uno hacia su prójimo. Frente a la sociedad deben crear justicia, para que ningún rezagado social se vea en la terrible disyuntiva de alimentar a su familia aún al costo de cometer algún delito o dejar pacíficamente que el hambre tome posesión de su hogar. Frente a la necesidad es necesaria la solidaridad. Frente a las víctimas, ya no alcanza lavarse las manos. Cada “juez y oficial” –sea cual fuere la denominación moderna de sus funciones- debería asistir a todos los sepelios de los asesinados y mirar a los ojos a cada uno de sus familiares. Quizás así comprenderían de qué se trata el mandato.