Detrás del flaqueo de los jefes de las tribus que salieron como exploradores a la tierra de Canaán, y con la sola exclusión de Caleb y Yehoshúa, regresaron derrotados sicológica y políticamente, hay algo más que una debilidad espiritual o una falsa apreciación de la realidad.
Incluso su relato de lo que creyeron ver permite apreciar lo quimérica que fue su visión. Además confunden su rol. Un líder no puede ser sólo un observador y relator de la realidad, sino que debe trabajar para modificarla.
¿Acaso podemos pensar que personas que ocupaban un cargo tan importante en el liderato podían equivocarse de esa manera? ¿Cómo pudieron Caleb y Yehoshúa enfrentarlos siendo minoría?
Si les hubieren servido la tierra en bandeja de plata, quizás la habrían recibido con alegría. Sin embargo, los expedicionarios blandengues tuvieron que descubrir que se había acabado el tiempo del alimento y el alojamiento gratuitos aunque incómodos, del desierto.
Las piedras de Canaán son similares a las que existen en todos los confines del globo terráqueo y su arena es igual a la que cubre cualquier desierto. La diferencia es proporcional a la fuerza que se debe invertir para convertirlas en piedras preciosas y los desolados yermos en vergeles manando leche y miel.
Hemos comprobado más de una vez que el pueblo de esclavos recién liberados siempre mostró falta de idealismo. Cuando sus líderes se dieron cuenta que la conquista de la Tierra Prometida requería dedicación constante, se dieron por vencidos, sin pensar en superar los obstáculos que tenían frente a sí. Sus conductores tribales no estaban hechos de la fibra de los verdaderos líderes, dispuestos a asumir los riesgos inherentes al propio compromiso, muchas veces acompañado por sacrificios personales, para permitir alcanzar sus propósitos e intenciones. Prefirieron quedarse en el desierto infinitamente antes que esforzarse para lograr el objetivo señalado. En lugar de convocar al esfuerzo acomodaban su realidad para demostrar que era mejor no intentar superar los aprietos y problemas. Que perderían en la acometida.
Caleb y Yehoshúa “se rasgaron las vestiduras en señal de duelo” y le dijeron a toda la comunidad israelita: —La tierra que recorrimos y exploramos es increíblemente buena. Sí .A. se agrada de nosotros, nos hará entrar en ella. ¡Nos va a dar una tierra donde abundan la leche y la miel! Así que no se rebelen contra .A. ni tengan miedo de la gente que habita en esa tierra. ¡Ya son pan comido! No tienen quién los proteja, porque .A. está de parte nuestra. Así que, ¡no les tengan miedo! Pero como toda la comunidad hablaba de apedrearlos, la gloria Dios se manifestó en la Tienda, frente a todos los israelitas” (Bemidbar 14:10).
Caleb y Yehoshúa, cada uno por su camino, se conduelen al descubrir que pese a sus prevenciones, los “líderes” siguen en lo suyo, buscando el camino fácil y cómodo.
Obviamente quien sale contra la corriente abiertamente debe estar dispuesto a pagar el alto precio de su soledad. Al grado que surgirán quienes desean apedrearle y sepultarle bajo tierra. Quienes están dispuestos a convocar o a ser llamados para un esfuerzo, para llegar a su heredad, siempre son amenazados por la masa pasiva e indiferente, perfectamente asentada en ese aforismo de esfinge que dice que la mayoría siempre tiene razón.
Quienes no aceptan el desafío, no necesitan de ningún castigo divino para desaparecer de la historia.
Esta generación nunca será capaz de resistir los embates de la conquista de la tierra y la construcción de una Tierra Prometida. Morirá poco a poco “en el desierto” (de su propia vida sin sentido), mientras que su descendencia crecerá y aprenderá correctamente que sin esfuerzo no hay logros. Que sin sacrificio no hay frutos.
La generación del desierto era problemática desde el mismo momento de su salida de Egipto. Apenas recibe la Torá y construye el Tabernáculo no cesa de quejarse. La única opción es educar a una nueva generación.
Sólo en raras ocasiones el pueblo de Israel recibe el derecho y la oportunidad de regresar a su país. La importancia de esta posibilidad es mucho mayor que el posible significado de asentarse en la tierra, ya que se asocia con el destino de Israel.
Cuando esta opción se presenta, los costos son siempre muy altos. No vale esconderse detrás de la debilidad subjetiva y el pesimismo espiritual.
El liderazgo judío debe encontrar la fuerza para evaluar la situación de manera realista y saber enfrentar los desafíos exitosamente. El riesgo de no proceder así, es que deban salir de la escena, por las buenas o por las malas. Si tuvieren suerte, serán recién sus hijos quienes se eduquen valerosa y osadamente para ser capaces de llegar a su destino.