Rosh Hashaná
Rabino Yerahmiel Barylka
Cuando pasamos la mitad del mes menajem av, con su festejo tan destacado en el Talmud y casi olvidado hoy del décimo quinto día, y superamos lentamente el duelo por la destrucción, nuestros oídos se afilan para percibir la entonación de «por el pecado…» que diremos en el 10 de tishrei. Pero, ¿y los corazones?
Cuando nuestros sabios dicen que aquella generación que no logra participar de la reconstrucción es como aquella que motivó la catástrofe y la desgracia nacional, levantan un dedo acusador también a la nuestra. A todas nuestras incorrecciones individuales, sociales y nacionales debemos sumar esta terrible falta: la del Hogar Espiritual que no pudimos reconstruir o porque nos quedamos buscando las comodidades del extranjero o porque importamos los valores ajenos a la Tierra que elegimos como residencia siguiendo el mandato divino o aún en ella seguimos pensando galúticamente.
Llegamos al fin de año con un desgaste difícil de recomponer. No nos pudimos detener en la marcha hacia delante. Seguimos sin encontrar rumbo. Estamos agobiados por la lucha por las necesidades más básicas, por el trabajo, el alimento, las ropas, el techo, la educación y por las deudas a los bancos y a las tarjetas de crédito que nos esperan ante cualquier retraso para castigarnos y sacarnos más dinero. Desperdiciamos largas horas en conversaciones sin sentido por medio de nuestros teléfonos celulares y no menos, en navegar por la Internet saturada por correo basura, enfrascados en diálogos sin sentido y sin fin. Las voces de falsos profetas llenaron nuestros oídos, sin poder cerrarlos pese a su falsedad evidente. En este año, esos profetas, ni se molestaron en intentar hablarnos en nombre de D’os, como lo hacían en otros tiempos, pero igualmente nos incitaron a servir a sus dioses del poder y del dinero, disfrazados de espirituales. Supieron vendernos becerros falsificados que intentaban imitar otros que por lo menos eran de metales fieles. Fuimos fáciles víctimas de sus ignominias sin tener argumentos para enfrentarlos, de tan profunda que es nuestra ignorancia de lo judío y verdadero. También fuimos fáciles portavoces de los enemigos de Israel que sólo buscan su destrucción, usando argumentos sociales e igualitarios, acompañados por sus secuaces más leídos. Todo ello en nombre del liberalismo y del pensar correctamente, sin detenernos en los hechos. Carecimos de energía para oponernos a la injusticia y a la explotación del más débil, a los racistas y a los sectarios, y para disciplinarnos lo suficiente como para dejar nuestros vicios. El cansancio nos impidió gritar a los fanáticos sectarios que no tenían razón y a denunciarlos frente a todos, particularmente si poseen bienes y prestigio social. Nos enfrascamos en conflictos ajenos, y juzgamos con liviandad al otro, sin siquiera saber de qué se le acusa. Sin embargo, adulamos a débiles e inútiles, pensando que iríamos a obtener ventajas de ellos. Los miedos ínfimos se hicieron de nosotros y nos dominaron quienes supieron detectarlos en nosotros aún antes que se conviertan en aterradores. No encontramos sosiego ni refugio, aún cuando nadie nos persiguió. Olvidamos la posibilidad de gozar con los tesoros de la Creación. Pasamos del júbilo a la irritación, de la desolación a la felicidad, recorriendo preocupaciones y pesares, indecisiones y recelos. Fuimos indiferentes al sufrimiento y a la pobreza de tantos cercanos y lejanos, al desconsuelo del más débil. Vimos y oímos como personas llegadas a la vejez pierden la imagen divina, y seguimos actuando como si fuéramos inmortales, y libres de ser abatidos por enfermedades.
Parece imposible que cambiemos.
Por angustias semejantes ya pasamos el año pasado y el antepasado y nos comprometimos a cambiar pero no pudimos. Tampoco tuvimos el tiempo para pensar en las transformaciones de nuestro ser. Por un instante, pesamos que éramos nuevos y distintos pero ante la primera prueba repetimos los mismos errores. Simplemente el miedo nos lleva por caminos conocidos aunque cuando pisemos cada mosaico nos salpique el fango. Preferimos eso antes de entrar a la emoción vertiginosa de iniciar un camino nuevo que desconocemos.
Nos olvidamos de agradecer a los hombres que nos hicieron algún favor y no nos acordamos de hacerlo con quien nos da el hálito de vida, nos provee de salud y de luz, nos ilumina el camino y nos rodea de amor. Nos faltan palabras para ello. El corazón se ha secado. La inteligencia se obnubila. Somos mediocres y débiles.
Por el pecado que cometimos, y reincidimos. Por los nuevos, por los distintos. Por los concientes cometidos con intención y felonía.
Llega elul y en sus noches, nos da la oportunidad de pensar y reflexionar en nosotros mismos cuando nos lo proponemos o cuando tomamos en nuestras manos las oraciones de selijot. Esas noches, nos invitan a dejar de mirar los defectos del otro, para circunscribirnos a las faltas propias, para encontrarlas y apuntarlas. Nos sugieren cerrar los ojos e imaginarnos lo que debe haber parecido el universo en el primer día de la creación. Prístino, fresco, incorrupto, sano y no contaminado. Tratar de suponernos qué sentía Adam apenas fue creado. Candoroso, puro e inocente. En tiempos en los que aún no había mentido, en los que aún no había aprendido a odiar. En los que amó exclusivamente a la única mujer que tenía frente a sí.
En Rosh Hashaná sentiremos el nacimiento de un mundo nuevo y podremos intentar recobrar el entusiasmo que tenemos cuando comenzamos un nuevo proyecto emocionante. En la Creación había una luz que no venía del sol. Era la de la primicia y de la creación. Esa luz está guardada para que la volvamos a descubrir y a gozar dice el Talmud. Los primeros sonidos del shofar no nos permiten que nos llamemos a engaño, y tampoco las selijot.
Pero, es en Rosh Hashaná cuando llegamos al paroxismo de la emoción. Pero, ni las oraciones ni los encuentros familiares y de amigos pueden alcanzar si no llegamos preparados para la elevación espiritual que nos permita hacer el cambio. El primer paso para volver a ser nosotros mismos. En el salmo 27 aprendimos que mi Luz viene de H’, en Rosh Hashaná y mi salvación en Iom Kipur, es el baluarte de mi vida, en Sucot. Esa luz, ori, es la que H’ ocultó esperando que la descubramos. Es una luz fresca, sin tocar, pura, y sencilla. Es la luz de Rosh Hashaná, en la que iniciamos una nueva senda, que nos da la salvación si nos arrepentimos en Yom Kipur y reestructuramos nuestras vidas. Ahora podemos mirar en el espejo del alma y preguntarnos si hay algo que quisiéramos cambiar. Si nos animamos a hacer las cosas que realmente deseamos hacer y no pudimos. Modificar actitudes pequeñas, la manera de vestir, de hablar, de comer. Las prácticas en la profesión y el negocio y el sistema de prioridades. Romper los patrones de las relaciones con la pareja, los hijos, los padres o los amigos. Quitarnos los hábitos destructivos.
¡El mundo se crea hoy! ¡Es nuevo! Es todo nuestro. Hoy podemos despegar. Escribir una nueva página en nuestra historia. «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu D’os que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia», nos dice Ieshayahu (41:10), ordenándonos esforzarnos y ser valientes, porque para empezar se necesita mucho valor. «Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará» continúa el profeta más adelante en el capítulo 43. Porque como decimos en Ledavid H’ Orí, el salmo 27: H’ es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? H’ es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
¿Podremos animarnos este año a transitar lo nuevo sin temor?
Con los deseos y augurios de un año feliz en el que podamos transitar iluminados por la luz reservada desde la Creación para encontrar nuestra propia senda de renovación con alegría.
Tizku leshanim rabot, neimot vetovot,
Rab. Yerahmiel Barylka